En el último artículo sobre las primarias, publicado en este blog el jueves
27 de febrero, comentaba que el Partido Demócrata se enfrentaba a un auténtico
problema de falta de coordinación entre los distintos candidatos del ala moderada
(en aquel momento había cinco, nada menos), que podía acabar provocando la
victoria de Bernie Sanders, el candidato socialista de 78 años.
Pues bien, en menos de una semana, ocurrió lo siguiente:
1) Joe Biden arrasó en las primarias de Carolina del Sur, batiendo a Bernie
Sanders por casi 29 puntos de ventaja, y sin que ningún otro candidato llegara
al 15% que permite obtener delegados.
2) Acto seguido, y antes incluso del Supermartes, se produjo un goteo de retiradas
de candidatos: Tom Steyer, Pete Buttigieg y Amy Klobuchar abandonaron la
carrera presidencial, y los dos últimos, además, anunciaron su apoyo a Biden.
3) En el Supermartes mismo, Biden que había invertido exactamente 2 millones
de dólares en publicidad en los catorce Estados en disputa ese día, procedió a
ganar en 10 de ellos, frente a los cuatro en los que ganó Sanders (que había
invertido ocho veces más) y frente al serio fracaso que sufrieron Michael
Bloomberg (que había invertido 100 veces más) y Elizabeth Warren.
4) Durante las 48 horas siguientes, Bloomberg y Warren abandonaron la carrera
presidencial (con Bloomberg anunciando su apoyo a Biden), dejando tan solo a
Biden y a Sanders como candidatos con posibilidades de ganar la nominación.
Lo ocurrido sólo se puede calificar como uno de los vuelcos más inusitados
desde que se introdujo el sistema de primarias en 1972. Resulta difícil encontrar
un paralelo histórico (quizá el más similar es la victoria de John Kerry en
2004 frente a otro Senador insurgente de Vermont, Howard Dean, en el contexto
de reelección de otro Presidente republicano, pero Kerry ganó a la primera (en
los caucuses de Iowa), mientras que Biden venía de perder, y de manera especialmente
humillante en los dos primeros casos, los caucuses de Iowa, las primarias de New
Hampshire y los caucuses de Nevada (en los que al menos quedó segundo).
¿Cómo se explica entonces lo ocurrido?
Jonathan Bernstein, un politólogo cuyo criterio suele ser muy sensato, explica
en este artículo como Biden se alzó con la victoria.
Parafraseando (y confío en que sin traicionar demasiado) su explicación: el
liderazgo del Partido Demócrata (en un sentido amplio: gobernadores, congresistas, senadores,
etc), tenía dos ideas claras: a) Sanders como candidato era inaceptable, y b)
el candidato que finalmente surgiera del proceso sería el que fuera apoyado por
el segmento más importante hoy en día dentro de la coalición demócrata: el voto
negro.
El principal problema es que los dos primeros Estados en el proceso de primarias
(Iowa y New Hampshire) no tienen apenas votantes pertenecientes a minorías, por
lo que los resultados que salgan de los mismos tienen poca relevancia (si a esto
unimos los enormes problemas de funcionamiento durante los caucuses de Iowa,
parece probable que al menos este Estado se caiga de su posición como primera liza
en próximos ciclos de primarias).
El Partido (una vez más, en sentido amplio), decidió esperar a ver si en Nevada
(donde ya había un voto latino y negro relevante) alguno de los candidatos que
no fueran Biden o Sanders demostraba capacidad de captar voto de minorías. No
fue así: ni Buttigieg, ni Warren, ni Klobuchar mostraron una especial capacidad
para ello. Y Biden, con todos sus defectos, quedó segundo.
Este hecho, unido a que Biden tuvo un debate razonablemente bueno después
de los caucuses de Nevada (en el que además, Michael Bloomberg demostró ser un
candidato inaceptable para la mayoría del Partido debido a su actuación
antinegra durante su periodo como alcalde de Nueva York) provocó una aceleración
súbita del proceso de decisión colectiva en el Partido, muy en la línea de un libro
muy famoso, “The Party Decides”, publicado hace una década, que defiende que
los dos partidos políticos americanos, a través de una red informal de
comunicación entre sus distintos liderazgos estatales, son capaces de elegir al
candidato que resulta aceptable al mayor número posible de dichas élites,
tesis que la victoria de Trump en las primarias republicanas de 2016 puso
ciertamente en duda, pero que este año se ha visto claramente refrendada.
El primer paso en ese sentido fue la decisión de James Clyburn, congresista
demócrata por Carolina del Sur y líder del partido en dicho Estado, de anunciar
su apoyo público a Biden unos pocos días antes de las primarias en ese Estado.
Un 47% de los votantes en las primarias de Carolina del Sur indicaron que ese
apoyo había tenido un papel importante a
la hora de decidir su voto.
La victoria decisiva de Biden el 29 de febrero (con un 61% del voto negro de su lado), unida al hecho de que ningún otro candidato salvo Sanders llegó al 15% terminó de decidir al Partido, que presionó inmediatamente a Buttigieg y Klobuchar para que se retiraran y anunciaran su apoyo a Biden (sabemos que Obama habló con Buttigieg el día después de anunciar su retirada). En las 72 horas siguientes, estas retiradas, unidas a un ciclo de noticias muy positivo para Biden, hizo que literalmente millones de votantes demócratas decidieran apoyar a Biden en lugar de a cualquiera de los otros candidatos. Todas las encuestas a pie de urna revelan que aquellos votantes que decidieron en los últimos días y horas lo hicieron de manera mucho más acusada por Biden que aquellos que tenían su voto decidido desde antes.
Este proceso provocó no sólo que los votantes de candidatos ya retirados se decantaran masivamente por Biden, sino que incluso muchos potenciales votantes de candidatos que había en liza (Warren y especialmente Bloomberg), les abandonaran en favor de Biden.
El resultado fue una victoria decisiva de Biden, que ganó en 10 de los 14 Estados que se disputaban. Y lo que es más importante: ganó no solo en los
Estados del Sur, donde el voto negro era de esperar que le catapultase a
la victoria, sino al menos en tres Estados del Norte en los que las encuestas, 48 horas antes, no le daban ninguna posibilidad: Maine, Minnesota y Massachusetts (éste, para colmo, es el Estado al que Elizabeth Warren representa en el Senado).
Sanders únicamente consiguió la victoria en Vermont, el Estado al que representa en el Senado, y en tres Estados del Oeste, Utah, Colorado y (casi con toda seguridad) California, aunque en este último Estado hay millones de votos por contar.
Pero incluso este magro resultado es peor de lo que parece, porque los Estados del Oeste coinciden en ser Estados en los que se prima el voto por correo, que no fue capaz de captar la magnitud del viraje del electorado demócrata en las 72 horas posteriores a Carolina del Sur.
En aquellos Estados que priman el voto presencial, la victoria de Biden, fraguada precisamente en ese periodo de 72 horas, fue muy clara.
En las 48 horas siguientes, como decíamos, tanto Bloomberg como Warren se retiraron, dejando el camino expedido a Biden para liquidar estas primarias a gran velocidad en las dos o tres próximas semanas.
¿Por qué es difícil que Sanders pueda darle la vuelta a los resultados del Supermartes? Principalmente porque Sanders está alejado del centro del Partido Demócrata, y es muy difícil ganar una primaria desde un extremo del Partido (al que, no lo olvidemos nunca, Sanders ni siquiera pertenece).
Este gráfico, de una encuesta publicada en Enero por Pew Research, es clave para entender la composición del Partido Demócrata: una mayoría de demócratas (el 52%) se declara moderada (38%), conservadora (11%) o muy conservadora (3%). El 47% se declara liberal (32%) y sólo un 15% "muy liberal" (y dentro de esta categoría está Sanders, en el extremo izquierdo de la misma, de hecho).
Sanders es muy admirado por sus seguidores por la consistencia y persistencia de su pensamiento político, pero lo cierto es que una comparativa entre sus resultados de 2016 y sus resultados de 2020 muestra que Sanders no sólo no ha mejorado sus resultados, sino que ha retrocedido (es cierto que en el Supermartes de 2016 se enfrentó sólo a Hillary Clinton, y este año había cuatro candidatos relevantes, pero hubo un dato que a mí, al menos, me chocó enormemente: en 2016, en su Vermont, obtuvo el 86%. Este año, sólo un 51%.
Con las encuestas a pie de urna en la mano, se ve que Sanders ha ganado voto hispano en estos cuatro años, pero en cambio, ha perdido voto de clase trabajadora blanca (para la que Biden es, por sus orígenes, un candidato más apetecible que Hillary Clinton). Y sobre todo, ha sido absolutamente incapaz de avanzar un ápice en el voto negro.
Lo cierto es que, aunque faltan todavía algunas docenas de delegados por adjudicar, Biden lleva unos 100 delegados de ventaja, se ha disparado en las encuestas nacionales (véase la magnitud del repunte), y tiene todo el "momentum", ese concepto tan abstracto pero tan decisivo, a su favor.
Este martes se celebran elecciones en seis Estados (Dakota del Norte, Idaho, Mississippi, Missouri, Washington y Michigan, que es el premio gordo). En 2016 Sanders ganó en cuatro de ellos, empató en Missouri y sólo perdió en Mississippi, debido al voto negro. Es más que probable que en esta ocasión gane sólo uno o dos, entre otras cosas, por un factor relevante, que ya se pudo comprobar durante el Supermartes: varios Estados han pasado de organizar caucus a primarias: en todos ellos Sanders ha bajado sustancialmente en proporción de votos.
En cualquier caso, los resultados de este nuevo grupo de primarias nos permitirá evaluar hasta qué punto Sanders tiene alguna esperanza de remontar y (comparando sus resultados y los de Biden en 2020 y los suyos propios y los de Hillary en 2016) hasta qué punto su coalición de votantes ha crecido o menguado en cuatro años.