A la vista de la calidad de sus oponentes, la respuesta no puede ser otra que sí.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que el número de candidatos republicanos a la presidencia en 2012 se había visto enormemente limitado debido a las graves pérdidas que padecieron los conservadores en las elecciones a gobernador de 2006 y en las elecciones al Senado de 2006 y 2008 (en particular, los dos ciclos en el Senado dañaron las perspectivas presidenciales de varios republicanos, como el derrotado George Allen en Virginia).
Santorum, por ejemplo, también era un Senador que había sufrido una derrota aplastante en su campaña de reelección en Pennsylvania en 2006. Gingrich era un Portavoz de la Cámara de Representantes fracasado que llevaba 14 años sin concurrir a unas elecciones. Herman Cain y Michelle Bachmann eran sendos chistes.
Rick Perry, sobre el papel, en cambio, debía haber derrotado a Romney: gobernador de Texas durante 11 años, más conservador que Romney, fue sin embargo triturado en las primarias debido a su evidente falta de preparación y, curiosamente, debido a la única posición en la que era moderado: su postura relativamente blanda con los inmigrantes (lógica, por otra parte, en un Estado que cada año es más hispano y menos blanco).
Especular con qué hubiera ocurrido si otro candidato se hubiera cruzado en su camino es absurdo, por dos motivos: en primer lugar, porqué no ocurrió, y en segundo lugar, porque si no ocurrió precisamente fue porque gente como Mike Huckabee, Chris Christie, Jeb Bush o Mitch Daniels, los nombres de todos los cuales "sonaron" durante el año 2011, renunciaron a presentarse porque intuían que no iba a ser un buen ciclo electoral para el GOP, y porque, al final del día, es muy difícil derrotar a un presidente en ejercicio. Tim Pawlenty, por su parte, no llegó siquiera a las primeras primarias.
Elucubrar, por último, qué hubiera pasado si un candidato más "moderado" hubiera ganado las primarias también es absurdo, porque Romney, en su condición de exgobernador de un Estado tan liberal como Massachusetts entre 2003 y 2007, era lo más centrado que el electorado republicano estaba dispuesto a aceptar. Jon Huntsman intentó atacarle desde el centro y fracasó ignominiosamente en su intento.
Lo cierto es que el candidato fue Romney. En retrospectiva, es evidente que la campaña demócrata fue superior en todos los frentes a la demócrata, y que salvo el grave resbalón del primer debate, Obama superó a Romney en los otros dos debates y en la efectividad de su operación de captación del voto, sus anuncios electorales, su uso eficiente del dinero, etc.
Obama definió a Romney como un plutócrata desalmado antes del verano, Romney se hizo daño a sí mismo con el famoso vídeo del 47% y con la elección de Paul Ryan, que es la cristalización hecha persona de esos comentarios, de la voluntad del ala dura económica del Partido Republicano de recortar impuestos a los ricos y de desmantelar el ya de por sí limitado Estado del bienestar norteamericano.
Pero el problema de fondo no era Romney; el problema de fondo es que la "marca" republicana, por así decirlo, está dañada desde el final de la presidencia Bush y que la respuesta al fracaso que supuso esa Presidencia no ha sido un cuestionamiento de qué se hizo mal por parte de los conservadores, sino un recrudecimiento de las posiciones más extremas del partido, como lo demuestra el advenimiento del Tea Party. La abrumadora victoria en las elecciones de medio mandato de 2010 fue considerada una vindicación de ese giro a la derecha, y cercenó la posibilidad de abrir un periodo de reflexión serio entre los republicanos respecto a la Presidencia Bush, que fue enterrada debajo de una alfombra y olvidada (véase que ninguno de los dos Bushes apareció siquiera en la Convención de Tampa).
El problema de fondo persistía y persiste, sin embargo: las políticas republicanas son rechazadas por una mayoría de los norteamericanos, incluso en un contexto económico tirando a mediocre como el que afrontaba Obama. Las subidas de impuestos a los ricos, que los republicanos combaten ferozmente, son apoyadas por más del 60% de los norteamericanos, incluido más de un tercio de los republicanos. Los recortes a los programas sociales, en particular la Seguridad Social y el Medicare, que son el deseo de Paul Ryan conforme viene expresado en sus proyectos de Presupuestos Generales, son rechazados por casi dos tercios de los ciudadanos, incluidos más de la mitad de los republicanos.
En suma: el programa político republicano es impopular (y no hemos entrado siquiera a valorar la plataforma del partido en el campo del aborto, que pretende prohibirlo en todos los supuestos excepto peligro de la vida de la madre, sin exclusiones para el aborto, el incesto, las malformaciones, etc).
Con esta perspectiva, el resultado de Romney, que en estos momentos está en torno al 47,6% de los votos, resulta, en mi opinión, más que digno.
Y lo cierto es que tenemos una base de cálculo comparativa que nos permite afirmar que, en líneas generales, Romney compitió mejor que los republicanos en general: el mismo día de las elecciones presidenciales se celebraron elecciones al Senado en 33 Estados. Pues bien, como se puede comprobar en la tabla siguiente, Romney obtuvo mejores resultados que el candidato republicano al Senado en 24 de los 33 casos.
En rojo he marcado aquellos candidatos que, desde mi opinión puramente personal, podían ser considerados tan o más conservadores que Romney en escaños competitivos, mientras que en amarillo he marcado aquellos candidatos más moderados que Romney, también en escaños competitivos. Romney, en líneas generales, lo ha hecho mejor que todos los candidatos conservadores al Senado que estaban enredados en campañas competitivas, en algunos casos con grandes diferencias (Missouri, Montana, Indiana o Dakota del Norte, Estados todos ellos en los que Romney ganó sin problemas y en los que los candidatos republicanos al Senado fracasaron).
Estado
|
% Romney
|
% (R. Sen)
|
Diferencia
|
62,35
|
37
|
25,35
|
|
53,88
|
39,2
|
14,68
|
|
44,96
|
30,57
|
14,39
|
|
39,98
|
28,96
|
11,02
|
|
55,37
|
44,98
|
10,39
|
|
40,86
|
30,67
|
10,19
|
|
36,46
|
26,54
|
9,92
|
|
54,33
|
44,55
|
9,78
|
|
35,98
|
26,56
|
9,42
|
|
58,32
|
49,31
|
9,01
|
|
72,75
|
65,21
|
7,54
|
|
49,14
|
42,31
|
6,83
|
|
44,69
|
37,98
|
6,71
|
|
30,97
|
25,59
|
5,38
|
|
53,95
|
50,18
|
3,77
|
|
48,29
|
45,05
|
3,24
|
|
60,43
|
58,17
|
2,26
|
|
46,87
|
44,64
|
2,23
|
|
41,69
|
40,36
|
1,33
|
|
41,05
|
39,93
|
1,12
|
|
57,2
|
56,63
|
0,57
|
|
35,26
|
34,99
|
0,27
|
|
46,09
|
45,91
|
0,18
|
|
47,35
|
47,33
|
0,02
|
|
45,73
|
45,91
|
-0,18
|
|
38,09
|
38,61
|
-0,52
|
|
55,59
|
57,34
|
-1,75
|
|
42,98
|
45,38
|
-2,4
|
|
40,61
|
43,06
|
-2,45
|
|
59,48
|
64,93
|
-5,45
|
|
68,64
|
75,69
|
-7,05
|
|
37,64
|
46,34
|
-8,7
|
|
27,84
|
37,4
|
-9,56
|
En cambio, Romney lo hizo peor que la mayoría de los candidatos republicanos más moderados (y curiosamente en algunos Estados sureños: ¿algunos evangélicos que no quisieron votar al mormón?). Pero en líneas generales, Romney lo hizo mejor que la "marca" republicana, y no solo en Estados conservadores, sino también en Estados demócratas como Nueva York, Vermont o Delaware.
El resultado de los candidatos moderados al Senado conduce a una reflexión inevitable: si Romney hubiera girado más hacia al centro durante la campaña, ¿podría haber ganado? Los candidatos republicanos más moderados lo hicieron mejor que él (aunque lo cierto es que todos ellos fueron derrotados). Pero siempre acabamos en el mismo punto: un Partido Republicano que eligiera a un candidato presidencial moderado se expondría a un tercer candidato a su derecha, y, por lo demás, no sería el Partido Republicano con el que hoy en día vivimos: un partido blanco casi al 90%, envejecido, contrario a la reforma migratoria, al matrimonio gay, y con políticas que, simplemente, no son seductoras para la clase media.
Y si mis lectores conservadores creen que esto son simplemente los delirios de un obamista recalcitrante, cedo la palabra a dos portavoces que no son sospechosos de liberalismo en el sentido norteamericano del término: Ramesh Ponnuru, en la National Review, la revista de más solera entre los conservadores norteamericanos, y Josh Barro, en Bloomberg, cuya simpatía por Obama es muuuuuuuuuuuuuuuuuucho más limitada que la mía.
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