Irán se enfrenta a una encrucijada histórica este sábado. Tras el discurso del Gran Ayatolá Jamenei ayer, en el que amenazaba a la oposición con un baño de sangre en caso de que no aceptaran los resultados electorales, a los reformistas iraníes no les quedan, en realidad, más que dos opciones: o la sumisión o la revolución.
La evolución de los acontecimientos desde las elecciones del pasado día 12 permiten efectuar unas rápidas reflexiones:
1) Es bastante probable que hubiera fraude electoral. No se puede asegurar hasta que no se efectúe un recuento (cosa que no parece que vaya a ocurrir). Pero como FiveThirtyEight ha analizado en diversos posts (adjunto el menos técnico y más claro) algunos resultados provinciales son un tanto "sospechosos". El ejemplo más claro son los resultados del candidato Mehdi Karoubi, que participó ya en las elecciones de 2005 y obtuvo el 55% de los votos en su provincia natal de Lorestán. En esta ocasión obtuvo sólo el 5%. Todo puede ser en esta vida, pero parece difícil justificar semejante bajón más allá del fraude electoral. Tampoco tiene sentido que en el Azerbayán iraní los conservadores acumularan todos los votos derivados del incremento de participación, cuando en 2005 precisamente los sectores iraníes más "liberales" se abstuvieron.
2) La respuesta de Obama hasta ahora ha sido inteligente, porque cualquier declaración afirmando la existencia del fraude hubiera conseguido sólo enrocar al régimen iraní y darle excusas para emitir sus habituales quejas sobre la "conspiración del Gran Satán americano", y envolverse en un gran manto patriótico. Sin embargo, si Jamenei ordena el baño de sangre, Estados Unidos puede acabar viéndose en la misma situación que durante la invasión soviética de Hungría en 1956: emitiendo proclamas huecas de apoyo a los reformistas iraníes, pero sin efectividad alguna real para impedir su aplastamiento.
El equivalente húngaro probablemente no es justo para Obama, dado que en 1956 la inmensa mayoría de los húngaros deseaban la intervención norteamericana, y en 2009 una parte sustancial de los iraníes (¡aunque no el 62%!) ha votado por un candidato totalmente antiamericano e incluso los votantes reformistas no querrían ver un soldado norteamericano en su país bajo ningún concepto (no olvidemos que Mousavi, el "reformista", fue el primer ministro iraní entre 1981 y 1989, durante los años más duros del jomeinato)
3) Por lo tanto, el dilema iraní sólo puede tener una solución iraní, y ésta, lamentablemente, sólo puede adoptar tres formas: o la represión de las protestas por parte del régimen, o una rebelión interna contra Jamenei y Ahmadineyad en el seno del Gobierno iraní (dirigida por Rafsanyani y sus partidarios), o una revolución en toda regla que acabe derrocando la República Islámica (sustituyéndola por un nuevo régimen demócratico o por una dictadura militar similar a la mayoría de los gobiernos pakistaníes de los últimos 30 años).
Una estupenda (y emocionante) cobertura de la "revolución" iraní la está efectuando Andrew Sullivan en su blog, que recomiendo enfáticamente. Sullivan se está ganando a pulso esta semana su condición de mejor bloguero del mundo.
La evolución de los acontecimientos desde las elecciones del pasado día 12 permiten efectuar unas rápidas reflexiones:
1) Es bastante probable que hubiera fraude electoral. No se puede asegurar hasta que no se efectúe un recuento (cosa que no parece que vaya a ocurrir). Pero como FiveThirtyEight ha analizado en diversos posts (adjunto el menos técnico y más claro) algunos resultados provinciales son un tanto "sospechosos". El ejemplo más claro son los resultados del candidato Mehdi Karoubi, que participó ya en las elecciones de 2005 y obtuvo el 55% de los votos en su provincia natal de Lorestán. En esta ocasión obtuvo sólo el 5%. Todo puede ser en esta vida, pero parece difícil justificar semejante bajón más allá del fraude electoral. Tampoco tiene sentido que en el Azerbayán iraní los conservadores acumularan todos los votos derivados del incremento de participación, cuando en 2005 precisamente los sectores iraníes más "liberales" se abstuvieron.
2) La respuesta de Obama hasta ahora ha sido inteligente, porque cualquier declaración afirmando la existencia del fraude hubiera conseguido sólo enrocar al régimen iraní y darle excusas para emitir sus habituales quejas sobre la "conspiración del Gran Satán americano", y envolverse en un gran manto patriótico. Sin embargo, si Jamenei ordena el baño de sangre, Estados Unidos puede acabar viéndose en la misma situación que durante la invasión soviética de Hungría en 1956: emitiendo proclamas huecas de apoyo a los reformistas iraníes, pero sin efectividad alguna real para impedir su aplastamiento.
El equivalente húngaro probablemente no es justo para Obama, dado que en 1956 la inmensa mayoría de los húngaros deseaban la intervención norteamericana, y en 2009 una parte sustancial de los iraníes (¡aunque no el 62%!) ha votado por un candidato totalmente antiamericano e incluso los votantes reformistas no querrían ver un soldado norteamericano en su país bajo ningún concepto (no olvidemos que Mousavi, el "reformista", fue el primer ministro iraní entre 1981 y 1989, durante los años más duros del jomeinato)
3) Por lo tanto, el dilema iraní sólo puede tener una solución iraní, y ésta, lamentablemente, sólo puede adoptar tres formas: o la represión de las protestas por parte del régimen, o una rebelión interna contra Jamenei y Ahmadineyad en el seno del Gobierno iraní (dirigida por Rafsanyani y sus partidarios), o una revolución en toda regla que acabe derrocando la República Islámica (sustituyéndola por un nuevo régimen demócratico o por una dictadura militar similar a la mayoría de los gobiernos pakistaníes de los últimos 30 años).
Una estupenda (y emocionante) cobertura de la "revolución" iraní la está efectuando Andrew Sullivan en su blog, que recomiendo enfáticamente. Sullivan se está ganando a pulso esta semana su condición de mejor bloguero del mundo.
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