Desde que escribimos por última vez sobre las elecciones norteamericanas, hará mes y medio, la evolución de las encuestas ha sido cada vez más y más preocupante. A día de hoy, la media de las mismas en varias páginas web es la siguiente:
- En RealClearPolitics, encontramos que Hillary Clinton lidera la media de las encuestas por apenas dos puntos.
- En Pollster.com, la ventaja de Hillary Clinton es ligeramente superior, cuatro puntos, pero si escogemos la opción de "mayor sensibilidad", que recoge las encuestas más recientes, veremos que la ventaja de Hillary se reduce a apenas 1,6 puntos.
- En Pollster.com, la ventaja de Hillary Clinton es ligeramente superior, cuatro puntos, pero si escogemos la opción de "mayor sensibilidad", que recoge las encuestas más recientes, veremos que la ventaja de Hillary se reduce a apenas 1,6 puntos.
- Por último, FiveThirtyEight, la web de pronósticos electorales de Nate Silver, le otorga a Clinton apenas una ventaja de 1,1 puntos.
Estos resultados se trasladarían al colegio electoral del siguiente modo: Hillary ganaría con un margen de 272 a 266 votos electorales, lo que supondría perder, en comparación con los resultados de Obama en 2012, los Estados de Nevada, Iowa, Ohio, Florida, y un voto electoral en Maine:
Un resultado semejante dejaría a Hillary prácticamente sin margen de error: bastaría con ceder algo más en las encuestas y perder Colorado para que Donald Trump ganase las elecciones.
Ese escenario resultaría catastrófico para Estados Unidos y para el mundo. Es llamativo que el público norteamericano no haya reaccionado ante la posibilidad de elegir a un hombre evidentemente incapacitado para gobernar la mayor potencia nuclear.
Los datos son, sin embargo, tozudos: Hillary Clinton no ha sido capaz de recrear hasta el momento la coalición creada por Obama en 2008 y 2012. En particular, está padeciendo notables fugas de votos en una triple dirección:
1) Los votantes jóvenes, más idealistas, que se están dirigiendo hacia terceros partidos como los libertarios de Gary Johnson o los verdes de Jill Stein.
2) Los votantes negros, que no se están movilizando del mismo modo que lo hicieron por Obama en las dos elecciones anteriores.
3) El voto blanco de clase trabajadora, que aunque llevaba ya varios ciclos electorales apoyando de manera cada vez más clara a los republicanos, ahora ha dado un giro radical, hasta el punto de que en una de las últimas encuestas se indicaba que Trump superaba a Clinton en este subgrupo electoral por ¡59 puntos!
Obsérvese como el voto blanco de clase trabajadora, que suponía el 59% del voto demócrata en 1992, sólo supondrá, con suerte, el 32% en este ciclo electoral, según este gráfico cortesía de Pew:
Trump, evidentemente, tiene sus propios problemas: el abandono de los votantes blancos de clase alta y con estudios, que históricamente había sido un grupo prorrepublicano y que ahora por primera vez desde no se sabe cuándo puede que voten en su mayoría a Hillary Clinton (en ese sentido, el rumor de que el expresidente Bush padre está pensando en votar por Hillary resulta, si es cierto, característica).
En esta situación llegamos al primer debate presidencial, esta noche, en Nueva York. Aunque en líneas generales la importancia de los debates ha sido exagerada históricamente por los periodistas, en este caso, habida cuenta de lo reducido de la distancia entre los dos contendientes, el elevado número de indecisos y partidarios de terceros partidos, y la elevada impopularidad de los dos aspirantes, cualquier pequeño movimiento en las encuestas puede modificar la dirección de la carrera hacia la Casa Blanca.
El juego de las expectativas perjudica, como siempre, a Hillary Clinton, que sin duda acudirá bien preparada al debate, mientras que la prensa parece estar dispuesta a dar por ganador a Donald Trump por el mero hecho de que aguante 90 minutos sin insultar a la candidata demócrata o al moderador.
Veremos qué ocurre, pero desde luego la situación es extremadamente preocupante: Estados Unidos está a dos puntos de elegir por primera vez a un hombre capaz de subvertir el funcionamiento de la democracia americana.
Estos resultados se trasladarían al colegio electoral del siguiente modo: Hillary ganaría con un margen de 272 a 266 votos electorales, lo que supondría perder, en comparación con los resultados de Obama en 2012, los Estados de Nevada, Iowa, Ohio, Florida, y un voto electoral en Maine:
Un resultado semejante dejaría a Hillary prácticamente sin margen de error: bastaría con ceder algo más en las encuestas y perder Colorado para que Donald Trump ganase las elecciones.
Ese escenario resultaría catastrófico para Estados Unidos y para el mundo. Es llamativo que el público norteamericano no haya reaccionado ante la posibilidad de elegir a un hombre evidentemente incapacitado para gobernar la mayor potencia nuclear.
Los datos son, sin embargo, tozudos: Hillary Clinton no ha sido capaz de recrear hasta el momento la coalición creada por Obama en 2008 y 2012. En particular, está padeciendo notables fugas de votos en una triple dirección:
1) Los votantes jóvenes, más idealistas, que se están dirigiendo hacia terceros partidos como los libertarios de Gary Johnson o los verdes de Jill Stein.
2) Los votantes negros, que no se están movilizando del mismo modo que lo hicieron por Obama en las dos elecciones anteriores.
3) El voto blanco de clase trabajadora, que aunque llevaba ya varios ciclos electorales apoyando de manera cada vez más clara a los republicanos, ahora ha dado un giro radical, hasta el punto de que en una de las últimas encuestas se indicaba que Trump superaba a Clinton en este subgrupo electoral por ¡59 puntos!
Obsérvese como el voto blanco de clase trabajadora, que suponía el 59% del voto demócrata en 1992, sólo supondrá, con suerte, el 32% en este ciclo electoral, según este gráfico cortesía de Pew:
Trump, evidentemente, tiene sus propios problemas: el abandono de los votantes blancos de clase alta y con estudios, que históricamente había sido un grupo prorrepublicano y que ahora por primera vez desde no se sabe cuándo puede que voten en su mayoría a Hillary Clinton (en ese sentido, el rumor de que el expresidente Bush padre está pensando en votar por Hillary resulta, si es cierto, característica).
En esta situación llegamos al primer debate presidencial, esta noche, en Nueva York. Aunque en líneas generales la importancia de los debates ha sido exagerada históricamente por los periodistas, en este caso, habida cuenta de lo reducido de la distancia entre los dos contendientes, el elevado número de indecisos y partidarios de terceros partidos, y la elevada impopularidad de los dos aspirantes, cualquier pequeño movimiento en las encuestas puede modificar la dirección de la carrera hacia la Casa Blanca.
El juego de las expectativas perjudica, como siempre, a Hillary Clinton, que sin duda acudirá bien preparada al debate, mientras que la prensa parece estar dispuesta a dar por ganador a Donald Trump por el mero hecho de que aguante 90 minutos sin insultar a la candidata demócrata o al moderador.
Veremos qué ocurre, pero desde luego la situación es extremadamente preocupante: Estados Unidos está a dos puntos de elegir por primera vez a un hombre capaz de subvertir el funcionamiento de la democracia americana.