viernes, 30 de octubre de 2009

Una nación conservadora

Hace unos días terminé uno de los ensayos políticos más interesantes que han caído en mis manos en los últimos años. En España se tituló Una nación conservadora (The Right Nation, Debate, 2006) y está escrito por John Micklethwait y Adrian Wooldridge, dos periodistas británicos de The Economist que han vivido y trabajado durante mucho tiempo en EEUU.

Podríamos decir que el propósito del libro calca el que tiene este blog, dar a conocer la política y la sociedad norteamericana a unos lectores europeos que, aunque tienen a su alcance una descomunal cantidad de información acerca de la vida en el Imperio, no acaban de comprender qué ocurre al otro lado del Atlántico. Desgraciadamente, gran parte de lo que llega a los quioscos y a las librerías europeas acerca de EEUU está tan lleno de tópicos y prejuicios que es complicado, incluso para una persona medianamente culta e interesada, crearse una idea realista de cómo es y por qué piensa como piensa el yankee medio.

A deshacer este entuerto se aplican con rigor Micklethwait y Wooldridge. No sólo lo logran, sino que, además, entretienen en el intento. El libro está lleno de ideas interesantes y provocadoras, que llaman a la reflexión de un lector atrapado por la escritura ágil, propia del mejor periodismo británico, que aplican sin descanso los autores.

Su tesis principal es que la incomprensión mutua entre Europa y EEUU parte del no reconocimiento de una evidencia: que el país de los peregrinos del Mayflower siempre ha sido más de derechas (**) que el Viejo Continente y que la evolución de los últimos años ha empujado aún más en esa dirección, puesto que son los grupos conservadores agrupados en torno al Partido Republicano los que han tomado la iniciativa política e intelectual del país. La intención del libro es explicar esta realidad y la verdadera dimensión de este movimiento, sin caer en el maniqueísmo ni en caricaturas triviales de sus integrantes.

Os copio aquí debajo tres párrafos acerca de las diferencias entre EEUU y Europa (de entre los muchos que se podrían haber escogido de un texto con tantos hallazgos) que creo que son especialmente interesantes, tanto si uno está de acuerdo con su contenido como si no. Me parece que explican mejor que cualquier resumen que yo pueda hacer por qué es tan recomendable para los aficionados a la política USA la lectura de este libro.

1. Diferencia histórica: "Los americanos tuvieron una revolución exitosa porque nunca perdieron de vista que la tarea del gobierno consiste en proteger al individuo en su búsqueda personal de la felicidad (...) [mientras que] los franceses luchaban por la libertad en abstracto y querían usar el gobierno para reformar la naturaleza humana" (pag. 409)

2. Diferencia política: "Dada la actual línea dura de su partido en el Congreso, George Pataki y Arnold Schwarzenegger lo tendrían muy crudo para subir, pero como gobernadores de Nueva York y California ejercen una considerable influencia política. En muchos otros países sólo hay una jerarquía política que valga la pena subir -dentro del Parlamento de Westminster, por ejemplo- de modo que los jefazos del partido son muy importantes. En Estados Unidos, un rebelde ideológico puede labrarse una carrera de éxito en el ámbito de un estado" (pag. 490)

3. Diferencia 'social': "Entre 1979 y 1999, el año laboral del estadounidense medio se alargó un 3%, mientras que el del alemán medio se redujo un 12%. Y los europeos se jubilan antes, pasan más tiempo en el paro y hacen huelga con mayor frecuencia. Niall Ferguson, un escocés de Harvard, señala en un artículo que la disminución de las horas de trabajo en el norte de Europa coincide casi exactamente con el pronunciado declive de la observancia religiosa" (pag. 503)

(**) Evidentemente, estos términos 'derechas, conservadores,...' son tremendamente inexactos. Los utilizo porque entiendo que son los más reconocibles, pero no sirven para explicar las tremendas diferencias que puede haber entre un bloguero gay partidario de un gobierno mínimo y de la libertad económica como Andrew Sullivan, y un conservador religioso sureño que aboga por la prohibición de los matrimonios homosexuales y el cierre de fronteras para proteger a la industria norteamericana.

martes, 20 de octubre de 2009

Un Gobierno de 'clase media'

Afirma Miguel Sebastián que la publicación de la Declaración de Bienes y Derechos Patrimoniales del Gobierno "aumenta la transparencia y la calidad democrática del país". No seré yo quien contradiga a nuestro ministro de Industria; este tipo de información se vuelve anecdótica cuando se muestra y tremendamente sospechosa cuando se intenta ocultar.

Eso sí, según leía sus declaraciones y repasaba la lista del Ejecutivo se me han ido ocurriendo maldades acerca de su calidad democrática que espero que don Miguel me sepa perdonar...

1. Es evidente que los datos incluidos en el BOE son falsos. Por poner un ejemplo, es de dominio público que los bienes inmuebles del presidente del Gobierno han costado mucho más que 37.258 euros (aunque ese sea su valor catastral). Por lo tanto, ¿qué sentido tiene publicar cifras que todo el mundo sabe que no reflejan la realidad?

2. Soraya Sáenz de Santamaría, aunque celebró la iniciativa, pidió más datos concretos sobre participaciones financieras o accionariales. Pero, si tanto le interesan estas cifras ¿por qué su partido, durante los ocho años que estuvo en el poder, no puso en marcha ninguna medida similar?. Es más, algunas de las autonomías del PP ya han anunciado que no seguirán el ejemplo del Ejecutivo central.

3. La reticencia del PP a declarar acerca de sus riquezas, ¿tendrá algo que ver con la magnitud de las mismas? Vamos, que los populares piensan que sus cargos tienen más dinero que los socialistas y temen la tradicional desconfianza española ante los políticos ricos. ¿Habría sido igual la reacción de los medios ante una lista pepera llena de millonarios?

4. ¿Por qué los partidarios mediáticos de uno y otro partido critican con tanto afán a aquellos de sus adversarios que tienen altos ingresos? Así, la prensa de derechas descalifica a los socialistas adinerados (sean políticos como Felipe González o cantantes como Miguel Bosé), como si ser de izquierdas y tener éxito fuera incompatible o como si las reglas del capitalismo que defienden no pudieran aplicarse a los progres. Del mismo modo, en las cercanías del PSOE son habituales los chistes malos y los comentarios malintencionados hacia Esperanza Aguirre por jugar al golf o ser esposa de un noble, o hacia Manuel Pizarro por haber dirigido con éxito una gran empresa.

5. Es evidente que la mayoría de los miembros del Gobierno pertenece a eso que suele denominarse como clase media. Sin embargo, si al lado de la declaración de sus bienes se hubiera incluido un CV, ¿cuántos de ellos diríamos que pueden aspirar a subir en esa escala social?

6. Muchos comentaristas han afirmado que los datos del BOE demuestran que la gran mayoría de nuestros políticos no está en el cargo para enriquecerse. Estoy de acuerdo, pero quizás la pregunta más pertinente sea ¿cuántos de ellos se empobrecerían (y mucho) si tuvieran que dejarlo?

7. Como consecuencia de las dos preguntas anteriores (siento la autocita y la repetición), ¿cuántos de nuestros cargos públicos estarían dispuestos a arriesgar su puesto de trabajo contradiciendo a la dirección de su partido en favor de sus electores o su conciencia?

8. ¿Soy el único al que Cristina Garmendia le parece la más (única) fiable del Gobierno? Precisamente, la menos española, más anglosajona y menos política de sus miembros. ¿Le daríais un trabajo en vuestra empresa a alguno de sus compañeros? Para que veáis que no soy tan malo, reconozco que yo también salvaría a Miguel Sebastián, Beatriz Corredor, Ángeles González-Sinde y Ángel Gabilondo (5 de 18... más de lo que pensaba).

9. Si Rajoy ganara mañana unas elecciones y formara equipo con sus colaboradores más cercanos, ¿cambiarían mucho los anteriores comentarios?

10. ¿Nadie más echa en falta políticos que, como la mayoría de los norteamericanos de ambos partidos, desarrollan una brillante carrera profesional antes de dedicarse al servicio público? ¿Cuántos de nuestros representantes podrían seguir el ejemplo de Michael Bloomberg, que cobra un dólar al año por ser alcalde de Nueva York? ¿Cuántos estarían dispuestos a presentarse a la Cámara de New Hampshire, que paga 100 dólares anuales de retribución?

No sé cómo de transparente será nuestra democracia, aunque me temo que es más bien tirando a opaca... pero en cuanto a su calidad, creo que será mejor que no indaguemos demasiado...

sábado, 17 de octubre de 2009

La semana en Washington: ¿Cómo va la reforma sanitaria?

Siguiendo con nuestras entradas sobre la reforma sanitaria norteamericana, es preciso señalar el momento "político" en el que nos encontramos:

1) Esta semana, el Comité de Finanzas del Senado ha aprobado por 14 votos a 9 su borrador de proyecto de ley de reforma sanitaria, uniéndose así a otro Comité del Senado y otros tres Comités de la Cámara de Representantes, todos los cuales habían aprobado hace ya meses sus propios proyectos de ley.

2) Ahora, Harry Reid, el líder del Senado, procederá a fusionar los dos proyectos de ley antedichos, mientras que Nancy Pelosi procederá (si no lo ha hecho ya de facto, dado que ha tenido varios meses para hacerlo) a fusionar los tres proyectos de reforma de ley salidos de la Cámara de Representantes.

3) Una vez fusionados los proyectos, los mismos serán sometidos a un proceso de enmiendas consistente en a) añadir elementos al proyecto de ley, b) retirarlos.

4) Acabado el proceso de enmiendas, cada Cámara votará su proyecto de ley. En la Cámara de Representantes se necesitará una mayoría simple (la mitad más un voto) para aprobar el proyecto (si todos los congresistas están presentes y no hay ninguna vacante, eso significa 218 de 435 votos, pero esto puede variar). En el Senado, aunque en teoría sólo se necesitan 50 votos (más el del vicepresidente), en la práctica primero se producirá un voto de "cloture" (cierre del debate), que precisará de 60 votos para salir adelante, y sólo posteriormente se producirá el voto en sí del proyecto de ley (que ahora sí, sólo precisaría de 50 votos más el del vicepresidente. Pero eso no va a pasar, así que no le demos más importancia).

5) Si se aprueban ambos proyectos de ley (y esto es un gran "si"), se procede a una fusión de ambos mediante una conferencia conjunta Cámara de Representantes- Senado. El producto resultante es votado una vez más en ambas Cámaras (y éste es el momento decisivo). Una vez más, precisa de mayoría simple en la Cámara de Representantes y en el Senado, pero necesita sobrevivir al voto de "cloture" en este último.

6) Aprobado el proyecto en ambas Cámaras, pasa a la mesa del Presidente, que puede aprobarlo o vetarlo (en este caso, no hay dudas sobre la respuesta del Presidente).

Políticamente, la aprobación del Comité de Finanzas del Senado ha adquirido gran relevancia por una serie de motivos:

- En primer lugar, por cuanto ha sido la última en ocurrir, y el Senador al mando del Comité, Max Baucus, se ha ocupado de lograr la máxima publicidad posible para su proyecto de ley.

- En segundo lugar, por cuanto ha sido bipartidista (contrariamente a lo que ha ocurrido en los otros cuatro proyectos de ley), aunque realmente se trata de un bipartidismo muy limitado: los 13 demócratas en el Comité de Finanzas votaron a favor del proyecto de ley y 9 de los 10 republicanos votaron en contra, dejando a Olympia Snowe, Senadora por Maine, en la desairada posición de ser la única republicana que ha votado por la reforma sanitaria en cualquiera de sus versiones hasta el momento.

- En tercer lugar, por cuanto la impresión generalizada es que el proyecto de ley del Comité de Finanzas va a ser el que va a marcar la pauta a seguir, aunque sólo sea porque dicho Comité es el más importante del Senado por un motivo muy simple: es el que administra la bolsa del dinero.

- En cuarto lugar, porque la historia nos indica que este proyecto de ley está yendo más lejos que nunca desde 1964; para poner en perspectiva las cosas, es preciso recordar que en 1994 la reforma sanitaria de Clinton murió en un Comité de la Cámara de Representantes, sin llegar siquiera a una votación. Este año, cinco proyectos distintos han salido de la Cámara y del Senado, con éxito en los cinco casos, aunque con apoyo bipartidista en sólo uno de ellos.

Aunque queda mucho por hacer (en primer lugar, aprobar los proyectos de ley de cada Cámara, sin ir más lejos), como dijimos la semana pasada, el hecho de que los demócratas posean mayorías suficientes tanto en el Congreso como en el Senado (y el hecho de que exista una Senadora republicana como Olympia Snowe) permiten a Obama y a los líderes demócratas albergar fundadas esperanzas de conseguir aprobar una reforma sanitaria sustancial. Dado que ahora entramos en la fase de las votaciones (primero enmiendas, y luego ya los proyectos de ley) en la próxima entrada analizaremos quiénes son los jugadores esenciales en el gran tablero político norteamericano.

domingo, 11 de octubre de 2009

La semana en Washington: Esquizofrenia en Escandinavia

La semana pasada el COI, reunido en Copenhague, le propinó una sonora bofetada a Barack Obama al eliminar a Chicago, la ciudad en la que residió durante veinte años hasta que ganó las elecciones el año pasado, en la primera ronda de votaciones para designar a la sede organizadora de los Juegos de 2016, por delante de Tokio o de Madrid, y por supuesto de la eventual ganadora, Río de Janeiro.

Obama envió a su mujer Michelle en primer lugar, y ésta se pasó varios días ejerciendo de lobby de presión frente a los distintos miembros del COI. El propio Obama estuvo unas pocas horas en Copenhague, para dar su apoyo a la candidatura.

Es evidente que Obama estuvo mal aconsejado, y que, en retrospectiva (aunque por supuesto a posteriori todos somos muy listos) Obama debería haber optado por dos cursos de acción distintos: o bien no comparecer siquiera en Copenhague (aunque por supuesto, cuando Chicago hubiera sido derrotada, se le habría criticado por no ir), o bien actuar como Tony Blair en 2005 y pasarse varios días junto a los miembros del COI practicando todo tipo de presiones y seducciones (por supuesto, se le habría reprochado haberse ido a Copenhague habiendo tantos líos en casa, y tampoco actuando de ese modo se hubiera garantizado la victoria, con lo que las críticas hubieran sido más fuertes).

En todo caso, el fracaso de Chicago también se convirtió, hasta cierto punto, en un fracaso personal de Obama, recibido por algunos conservadores en Estados Unidos con un regocijo incomprensible (alegrarse por el fracaso de un proyecto olímpico es de un mal gusto notable; en España, por una vez, hemos rayado a más altura, y aunque hemos criticado el proyecto olímpico -sin ir más lejos, uno de los colaboradores de este blog así lo ha hecho- la crítica no ha sido partidista, y no nos hemos alegrado por su fracaso, entendiendo que, al igual que Barcelona 92, se trata de un proyecto de país -para empezar, las competiciones de vela no se pueden celebrar en el Manzanares, así que se tendrán que celebrar en Valencia-).

En retrospectiva, el equipo de asesores de Obama debería haber entendido que la candidatura de Río de Janeiro tenía muchas posibilidades por tres motivos distintos: a) Tokio ya había organizado unos Juegos Olímpicos, b) tanto Madrid como Chicago pertenecen a países que han organizado los Juegos Olímpicos muy recientemente (1992 y 1996, respectivamente), y c) el imperativo de designar a una ciudad de una economía emergente como Brasil devino irresistible para el COI (Lula, por cierto, sí que actuó como Blair  cuatro años atrás, y se pasó una semana entera repartiendo promesas y seduciendo delegados, que es como se ganan estas cosas).

En todo caso, tampoco hay que darle más trascendencia de la necesaria; si la reforma sanitaria es aprobada de aquí a un mes, a nadie le va a importar un comino que Chicago no organize la Olimpiada 2016, y Obama habrá marcado un jalón mucho más decisivo que ése como Presidente de Estados Unidos.

Tras el bofetón sufrido por Obama en Dinamarca, los noruegos han debido pensar que Obama necesitaba algún tipo de compensación escandinava, y este viernes decidieron pasarse siete pueblos y otorgarle a Obama el Premio Nobel de la Paz.

Se trata de una decisión tan llamativamente prematura que sólo se puede leer en clave interna del Comité que concede el Nobel, y poco o nada dice del galardonado, que de hecho, posiblemente fue el único que salió con bien del carrusel informativo (con la llamativa excepción, que luego comentaremos, del gobernador republicano de Minnesota y candidato in pectore en 2012, Tim Pawlenty, así como de John McCain).

El Premio Nobel de la Paz ha sido históricamente una recopilación de aciertos (Martin Luther King, por ejemplo), errores (Le Duc Tho-Kissinger 1973, sin ir más lejos) y omisiones (¿un tal Mahatma Gandi?). Lo que hasta ahora no había hecho el Comité era dar el Premio Nobel "a futuro", es decir, como acicate para que el galardonado se esfuerce y alcance a posteriori los logros que el Nobel supuestamente premia.

Se trata de un error, lisa y llanamente, que deja a Obama en una posición imposible, dado que no podía rechazarlo sin insultar a la Academia Noruega, y aceptarlo le ha expuesto a un reguero de críticas altisonantes por parte de una oposición que al parecer, se siente muy ofendida de tener a un Presidente que gusta más en Noruega de lo que gustaba su antecesor. En todo caso, en su discurso de agradecimiento Obama dijo exactamente lo que tenía que decir: que entendía que no se lo merece, lo cual a día de hoy es rigurosamente cierto.

Quizá el Comité ha pensado que Obama es la culminación de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos iniciada por gentes como Frederick Douglass, continuada por Booker T. Washington, por la que sufrió martirio Martin Luther King, y que finalmente ha llevado a un hombre negro a la Presidencia, derrotando al racismo. De ese modo el premio adquiere un carácter simbólico que lo hace algo (no mucho más) digerible. Pero los noruegos no han justificado el premio por esa vía (aunque probablemente la tuvieran en mente), sino por la más evanescente de la lucha por la paz mundial y el desarme nuclear, campos ambos en los que Obama apenas está empezando.

Todo el mundo queda mal, en última instancia: los noruegos, por otorgar un premio que incluso a los admiradores de Obama dentro y fuera de Estados Unidos, les parece prematuro (degradando el Nobel con ello); la mayoría de los republicanos, por criticar a su Presidente (en muchos casos de forma insultante) por la concesión del premio (los otros grandes críticos en el extranjero de la concesión del Nobel a Obama han sido los talibanes), cuando en todo caso, Obama, que yo recuerde, no ha obligado a los noruegos a concederle el premio. También Obama, de manera quizá oblicua, no queda en buen lugar, por cuanto realmente no ha hecho nada todavía que justifique ni siquiera vagamente la concesión del premio, y alimenta una imagen de soberbia que no le hace ningún bien (además, a los americanos no les gusta que el extranjero les diga cuáles son sus buenos presidentes, y cuáles son los malos).

Los únicos que han salido con bien del asunto son, como digo, Tim Pawlenty y John McCain. Sus declaraciones fueron de una gran dignidad, y expresaron exactamente lo que hay que decir en estos casos:

McCain: (via The Plum Line): "I congratulate President Obama on receiving this prestigious award. I join my fellow Americans in expressing pride in our President on this occasion."

Pawlenty (via Minnesota Public Radio): "I would say regardless of the circumstances, congratulations to President Obama for winning the Nobel Prize. I know there will be some people who are saying 'Was it based on good intentions and thoughts or is it going to be based on good results?' But I think the appropriate response is when anybody wins a Nobel Prize that is a very noteworthy development and designation and I think the appropriate response is to say 'Congratulations."

A eso se le llama tener clase.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La 'cara B' de la 'corazanada'

Pablo Pardo publica un interesante artículo en El Mundo sobre el coste de organizar unas Olimpiadas.

A pesar del triunfalismo de nuestros políticos, resulta que montar un evento deportivo de estas características es más bien ruinoso. Sólo el posible lanzamiento de una ciudad o un país como destino turístico e inversor podría justificar semejante derroche (Seul 88, Barcelona 92, Pekín 08 o, ahora, Río 2012)... y aún así, habría que pensárselo mucho.

Los españoles podemos recordar que la peor recesión de los últimos 40 años tuvo lugar en 1993, y es evidente que los fastos del 92 (descontrol de gasto público, inversiones improductivas,…) tuvieron mucho que ver con ello. Sin embargo, en la última década, nuestro país ha sido sede de europeos de baloncesto, mundiales de atletismo y natación, la Copa América de vela, tres grandes premios de motociclismo al año, dos de Fórmula 1, tres torneos oficiales de la ATP, innumerables pruebas del circuito europeo de Golf,… Ninguno de nuestros vecinos europeos puede presentar (ni siquiera aproximarse) una panoplia de eventos de esta calidad y cantidad.

Y todos han tenido la entusiasta adhesión de las ciudades donde se han celebrado. Según las encuestas, Madrid era la ciudad con más apoyo popular de las cuatro candidatas a los Juegos de 2016 (un ¡93%!, superior en siete puntos al de Río).

¿Cómo explicar estas cifras? ¿Cómo no asombrarse de que el único tema en el que todas las administraciones y partidos españoles se han mostrado completamente de acuerdo haya sido la candidatura madrileña?

Mi tesis es que esto también tiene mucho que ver con las características de nuestra política y con la falta de información recibida por el ciudadano. La estructura de los partidos en España hace casi imposible que algún concejal díscolo haga o publique preguntas indiscretas sobre el coste del capricho del alcalde de turno. La oposición normalmente está incluida en el Comité Organizador, con lo que tampoco tiene mayores incentivos para protestar demasiado. Y la prensa, semiamordazada con publicidad sobre el evento y atraída por el indudable atractivo que tiene cubrir una competición en casa, tendrá difícil encontrar argumentos en contra.

Así, aunque las competiciones se financian con cargo a nuestros impuestos, nadie nos explica su coste o su uso tras la finalización del campeonato. Además, las administraciones se reparten las cargas, para así diluir también la pista de quién (nosotros, claro) y cómo (¿con impuestos sobre la basura?) se pagan estos eventos.

Por eso, mientras Chicago ha tenido que enfrentarse a un muy saludable diálogo sobre la conveniencia de celebrar o no unas Olimpiadas, en España el pensamiento único ha arrasado el debate y es difícil recordar una voz discordante (a mí no me viene a la memoria ni un solo artículo crítico con Madrid 2016). A esto se le llama "apoyo popular", "una ciudad volcada" o "la extraordinaria capacidad de participación de los madrileños".

Siento mostrarme escéptico con el entusiasmo de mis conciudadanos. Pero, por poner un ejemplo: la Caja Mágica que Gallardón ha construido para las pruebas de tenis y que ha sido estrenada en el Máster Series de este año ha costado 170 millones de euros; toca a unos 40 euros por vecino, unos 160 por hogar. ¿Estaría un padre madrileño tan feliz si alguien le explicara que la foto de su alcalde con Nadal y Federer le ha costado a su familia casi 30.000 pelas (sin derecho a entrada, claro, el gratis total es sólo para políticos e invitados)? ¿Cómo explicar que teniendo un torneo con una instalación ya construida se haga otra de estas dimensiones para utilizarla una semana al año? ¿Qué uso han dado los sevillanos al espectacular Estadio de la Cartuja en los últimos 10 años?

Hola everyone! Resulta que la corazonada tenía una cara B, lo que pasa es que no nos han dejado escucharla.

jueves, 1 de octubre de 2009

La semana en Washington: Obama ante la reforma sanitaria

Vamos a iniciar una serie de posts sobre la (complicadísima) reforma sanitaria. Para abrir boca, veamos dos perspectivas completamente diferentes desde el punto de vista de las consecuencias políticas: un artículo de Sean Trende, en el que éste alega que incluso si los demócratas consiguen aprobar una reforma del seguro médico sanitario significativa, sufrirán una grave derrota en las elecciones de medio mandato de 2010, llegando a perder el control cuanto menos de la Cámara de Representantes. Por otra parte, tenemos un artículo de Andrew Sullivan en el Times de Londres, que arguye que Obama conseguirá una reforma significativa, y aunque perderá escaños en el 2010 (incluso perdiendo la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes) obtendrá la reelección en 2012. Ante todo, es preciso señalar que una grave derrota demócrata en 2010 y una victoria de Obama en 2012 no son ni mucho menos incompatibles (véase la precuela de esta película, llamada "fracaso de la reforma sanitaria de Clinton, derrota aplastante de los demócratas en 1994, victoria de Clinton en 1996"- un título un poco largo para una película, pero muy descriptivo).

Antes de entrar a analizar a fondo los diferentes aspectos de la reforma, quiero señalar el motivo esencial por el que creo que Clinton fracasó y Obama obtendrá al menos una reforma significativa (en temas como éstos no se "triunfa", se negocia y se obtiene un 50 o un 60% de lo que querías inicialmente). La diferencia esencial: que Obama tiene 60 Senadores y Clinton no los tenía.

Cómo hemos explicado en anteriores ocasiones, el Congreso tiene 435 miembros y el Senado 100. El Congreso funciona, en la inmensa mayoría de los casos, con votaciones que se ganan con una mayoría simple de los miembros presentes (en todo caso, la mayoría está en 218 congresistas). A día de hoy, los demócratas tienen 256 congresistas, y tienen por lo tanto un amplio colchón para sacar adelante la reforma sanitaria (con matices: recordemos que hay 49 congresistas demócratas en distritos que ganó McCain, pero también hay 34 republicanos en distritos que ganó Obama, así que existe una cierta compensación).

Pero el Senado es distinto: aunque en teoría se puede ganar una votación con el voto de 50 Senadores más el Presidente del Senado (que es el vicepresidente Joe Biden, que sólo vota en caso de empate), en la práctica, hay un requisito previo: antes de votar una ley hay qué decidir si se llega a votar esa ley. Para "llegar a votar" (e interrumpir el debate), es preciso invocar el "cloture" (moción de cierre del debate). 24 horas después de su invocación se vota sobre dicha moción, que para triunfar precisa 60 votos (o tres quintos de los Senadores, excluidas las vacantes). Si la moción fracasa, eso significa que el debate puede continuar ininterrumpidamente. Esto es lo que significa un "filibuster" realmente, más que lo que hacía James Stewart en "Caballero sin espada" (Mr. Smith goes to Washington, film de Frank Capra-1939).

En estos momentos, los demócratas tienen 58 votos, más un socialista de Vermont (Bernie Sanders) y un "independiente demócrata", Joe Lieberman, de Connecticut, que fue Senador demócrata entre 1988 y 2006, pero perdió sus primarias demócratas ese año. Se presentó, sin embargo, como independiente y consiguió mantener su escaño, formando parte todavía a día de hoy del grupo parlamentario demócrata.

Así pues, en teoría los demócratas disponen de 60 Senadores, pero, una vez más, 13 de ellos pertenecen a Estados en los que McCain ganó las presidenciales del año pasado. Y aquí no hay realmente margen de maniobra; para poder cerrar un "filibuster", los demócratas necesitan todos y cada uno de sus votos (o un voto republicano por cada voto demócrata que pierdan). Ése es el dilema con el que se enfrentan los demócratas: armonizar los deseos de un caucus muy dispar, que oscila entre el izquierdismo de un Dick Durbin, de Illinois, o Sheldon Whitehouse, de Rhode Island, con el conservadurismo de Ben Nelson, de Nebraska, o Evan Bayh, de Indiana. La única otra opción es recurrir a la llamada "reconciliation", que ya hemos comentado en este artículo anterior.

En todo caso, Obama tiene una ventaja de la que no disponía Bill Clinton: cuando éste último intentó su proyecto de reforma sanitaria en 1993, se encontraba en una posición de mayor debilidad relativa que la de Obama por varios motivos:

1) No disponía de 60 Senadores. Sólo tenía 57 Senadores (y en Junio de 1993 perdió uno en Texas, quedándose con 56). Clinton, por lo tanto, necesitaba inexorablemente apoyo republicano para la reforma, que no obtuvo, por supuesto.

2) Los 56 Senadores demócratas eran menos homogéneos que los 60 actuales. Clinton tenía no menos de 16 Senadores demócratas sureños en su caucus (los de los antiguos Estados de la Confederación más Kentucky y Oklahoma), que eran todos demócratas conservadores. Obama tiene sólo 7 (y es discutible que Bill Nelson, de Florida, o Warner en Virginia sean "conservadores"). A cambio, había más Senadores republicanos en Estados tradicionalmente "demócratas", pero eso no importaba tanto, porque Clinton era un presidente "de minoría", lo que nos lleva al punto...

3) Aunque Obama tiene 13 Senadores demócratas en territorio ganado por McCain en 2008, y Clinton tenía 13 Senadores demócratas en territorio ganado por Bush padre en 1992, los 47 Senadores restantes de Obama son de Estados en los que Obama ganó con más del 50% de los votos. Bill Clinton sólo ganó con más del 50% de los votos en 1992 en su Estado natal de Arkansas. En otras palabras: 54 de los 56 Senadores demócratas en 1993-1994 pertenecían a Estados en los que Bill Clinton no había llegado al 50% de los votos (recordemos que Clinton ganó con un raquítico 43% de los votos a nivel nacional).

4) Aunque Obama ha perdido popularidad, todavía está por encima del 50%. Clinton se pasó por debajo de esa marca durante toda su batalla por la reforma sanitaria a lo largo de 1994, lo cual fue una de las causas (y no la menor) por las que ésta fracasó.

En el próximo post discutiremos las posturas generales partidarias respecto de la reforma sanitaria para entender quiénes son los Senadores decisivos para el éxito o fracaso de la reforma.