jueves, 31 de agosto de 2017

La resistencia republicana

Aunque sin lugar a dudas la actuación del Partido Republicano ha sido, en general, muy decepcionante en todo lo relacionado con Donald Trump, y la gran mayoría de sus líderes han puesto a su partido por encima de su país a la hora de favorecer la elección de un Presidente manifiestamente incompetente, no puede negarse tampoco que quedan focos de resistencia dentro del GOP (más en el campo intelectual que entre los cargos electos, todo hay que decirlo).

Hay dos escuelas de pensamiento en relación con los denominados "Never-Trumpers": numerosos demócratas liberales les exigen una oposición en toda la línea al Presidente, mientras que los más moderados (y más realistas) entienden, con mejor sentido, que no cabe exigirle a los conservadores que dejen de serlo por el hecho de que Trump sea un inútil.

Esto es: hay una serie de leyes y nombramientos que cualquier congresista y Senador republicano apoyarán con independencia de quien sea el Presidente (eso se vio de forma meridiana ante el único éxito real de Trump, que fue el nombramiento de Neil Gorsuch como magistrado del Tribunal Supremo. Gorsuch, sin embargo, era un candidato absolutamente ortodoxo, al que cualquier Presidente republicano en esta época hubiera nombrado, por lo que el apoyo unánime de los Senadores del GOP era lógico).

A esto hay que añadir un hecho que es el reverso negativo de las primarias, del que no se suele hablar: éstas tienden a movilizar a los candidatos más extremos de cada partido, porque es en los extremos donde se encuentran los activistas, la gente que más vota y más apoya económicamente a la organización. De hecho, el terror al que se enfrentan los candidatos republicanos (el GOP se ha radicalizado más en los últimos años con la aparición del movimiento del Tea Party) no es el de ser derrotados por los demócratas en las generales, sino el miedo de no llegar ni siquiera a éstas al perder sus primarias.

Y no hay camino más rápido para perder una confrontación intra-republicana hoy en día que enfrentarse al líder del Partido, que, guste o no, es Donald Trump. No puede ser casualidad que algunos senadores escrupulosamente ortodoxos como Jeff Flake, de Arizona, que pese a haber votado en línea con Trump en todas sus prioridades hasta el momento, ha tenido la osadía de escribir un libro sumamente crítico contra el Presidente, esté perdiendo en las encuestas por entre 15 y 25 puntos con su más que probable contricante en las primarias el año que viene, Kelli Ward, una candidata anti-inmigración y antiaborto que, a su vez, probablemente perderá el escaño frente a la candidatura demócrata, debido a su extremismo (incluso en un Estado más bien republicano como Arizona, que ha votado al candidato conservador en las últimas cinco elecciones presidenciales).

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La conjunción de estos factores hace que enfrentarse a Trump sea muy peligroso para un político republicano, que corre el riesgo de ver cómo su carrera se va al garete, puesto que el Presidente es todavía popular entre las bases del Partido (más de tres cuartas partes de los votantes republicanos le apoyan a día de hoy).

¿Dónde hallamos la oposición más activa a Trump, por lo tanto? Únicamente en aquellos congresistas en distritos muy demócratas (como Ileana Ros-Lehtinen, que además ha anunciado su retirada para 2018) o en Senadores que no le tienen miedo al ala derecha del partido, porque se han enfrentado a ella en sus Estados y la han derrotado (como Lisa Murkowski en Alaska o John McCain en Arizona, que lo han hecho ya en dos ocasiones: 2010 y 2016) o porque son moderados genuinos (como Susan Collins en Maine). Estos tres últimos fueron los únicos Senadores republicanos que votaron contra la revocación del Obamacare en julio pasado.

Sin embargo, pedirle heroicidades a los demás republicanos no tiene mucho sentido: hay que aplaudir cada esfuerzo que hagan por separarse del Presidente, pero no cabe esperar ningún apoyo a un proceso de destitución hasta que Trump descienda a niveles nixonianos de impopularidad (un 25% a nivel nacional, lo que supondría que en torno a la mitad de los republicanos estaría en contra de su líder). En cualquier caso, hasta que la Cámara de Representantes y el Senado pasen a manos demócratas (cosa que, si Trump sigue haciéndolo tan bien como hasta ahora, es muy posible que ocurra en 2018), no cabe esperar ningún movimiento en ese sentido.

Y lo que desde luego no cabe esperar es que, mientras tanto, congresistas y Senadores conservadores voten en contra de prioridades conservadoras porque Trump sea Presidente: los jueces federales y los Secretarios de los distintos departamentos serán conservadores, cómo lo serían si el Presidente fuera Marco Rubio o Ted Cruz.

martes, 29 de agosto de 2017

Las dos crisis del Partido Republicano

Los primeros seis meses de ejecutoria de Donald Trump en la Casa Blanca no han podido sorprender a nadie que no estuviera familiarizado con la actitud del candidato Trump: un hombre ególatra y narcisista, sin ningún tipo de conocimiento político (y lo que es más grave, sin interés alguno en adquirirlo), incapaz de impulsar iniciativa alguna o de impedir que el Despacho Oval padezca más filtraciones que el Titanic, un mandatario carente de autocontrol y disciplina, inclinado a la pelea a altas horas de la madrugada vía Twitter con líderes extranjeros como el dictador norcoreano (aunque nunca, curiosamente, con Vladimir Putin) o con políticos domésticos (incluidos los dirigentes de su propio partido; Trump siempre ha de ser el único gallo en el gallinero).

Es preciso rechazar, sin embargo, la tendencia a ver a Trump como una anomalía. El Presidente es la cristalización de una deriva autoritaria y antiintelectual que lleva corroyendo al Partido Republicano desde hace muchas décadas. Los hitos de dicha deriva son varios: el mccarthyismo en los 50, la asunción de la causa del Sur racista desde 1964 en adelante, la toma del Partido por la derecha evangélica y anticonocimiento durante los años del reaganismo, y la actuación de Newt Gingrich como Portavoz de la Cámara de Representantes a partir de 1995, con la centralización del poder en su persona y el desmantelamiento de numerosos órganos legislativos de apoyo que daban valiosa información a los congresistas a la hora de legislar.

La derechización del caucus republicano en los últimos veinte años y el terror de los políticos conservadores a sus propios votantes y a ser derrotados en las primarias, unido a la peligrosísima tendencia entre los políticos republicanos a la deslegitimación de los presidentes demócratas legítimamente electos (una tendencia iniciada con Clinton y exacerbada con Obama y su supuesto nacimiento en Kenia) y su abierto abrazo de un liderazgo "fuerte" en la persona del actual Presidente, han creado un caldo de cultivo tóxico en Washington, que pone en peligro los cimientos mismos de la democracia norteamericana al ensalzar el autoritarismo en la Presidencia.

Autoritario es un presidente que destituye al director del FBI por negarse a dejar de investigar las conexiones del entorno presidencial con la dictadura rusa para subvertir las elecciones de 2016. Autoritario es un presidente que perdona al sheriff Arpaio de Arizona, un racista repugnante cuyos momentos más lamentables pueden ser leídos aquí), dejando además la duda de si ejercerá con abandono el perdón presidencial respecto a sus subordinados y sus familiares cuando la investigación sobre su colusión con Rusia vaya a más.

Pero la incuria del Presidente no puede ocultar la incompetencia de los republicanos como partido: a día de hoy no se ha aprobado ni una sola ley de carácter significativo pese a que por primera vez desde 2010 un mismo partido controla Presidencia, Congreso y Senado.

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En ese sentido, el fiasco absoluto de los intentos de revocar el Obamacare son la culminación del proceso antiintelectual al que hacíamos referencia anteriormente: el consenso entre los expertos (extraparlamentarios) en materia sanitaria, a izquierda y derecha, es que la ley republicana (AHCA) era desastrosa, dejando a veinte millones de personas sin seguro médico y subiendo las primas para los que no lo perdieran. Todo ello, a cambio de bajarle un poco los impuestos a los ricos. Congreso y el Senado han sido incapaces de redactar una norma legislativa coherente debido a que de manera creciente el Partido Republicano rechaza a los "expertos", lo que garantiza leyes mal concebidas y mal redactadas.

Hay, pues, dos crisis, interrelacionadas, pero distintas, en el Partido Republicano: una en el poder Ejecutivo, relativa a la corrosión autoritaria que Trump está ejerciendo sobre las instituciones democráticas, y otra, en el poder Legislativo, relativa a la pura y simple incompetencia de Paul Ryan y Mitch McConnell para redactar y aprobar legislación que consiga el voto de la mayoría de sus grupos parlamentarios.