La toma de posesión de Donald Trump como 45º Presidente de los Estados Unidos este viernes culmina un curso político marcado por una palabra: la frivolidad.
2016 fue un año en el que los votantes actuaron, en líneas generales, con una ligereza aterradora. Quizá los dos momentos paradigmáticos, en ese sentido, fueron el voto británico de salida de la Unión Europea, y la elección de Trump (estoy dispuesto a ver de un modo más caritativo el voto negativo de Colombia al acuerdo de paz con las FARC e incluso el rechazo de los italianos al referéndum de reforma constitucional, aunque en retrospectiva también creo que las dos decisiones fueron erróneas).
La decisión británica será vista en el futuro como uno de las equivocaciones más garrafales cometidos en la historia de un país que hasta ahora tenía un historial bastante digno en ese terreno (al menos, en comparación con otros). Sin embargo, en esta ocasión, el resbalón es evidente, y motivado por una visión completamente passé acerca de la posición británica en el mundo.
Un número demasiado elevado de votantes británicos tiene todavía una visión imperial de Gran Bretaña, cuando la realidad es que el país carece de importancia en el concierto mundial en solitario. Las amenazas de la primera ministra Theresa May de convertir al Reino Unido en un paraíso fiscal en caso de que el Brexit no le sea favorable demuestran precisamente la perdida de relevancia del país, y la ausencia de talento en la clase política británica actual: su antecesor David Cameron era un frívolo que convocó un referéndum sin tener preparado un plan de contingencia en caso de resultado negativo, mientras que su ¿aliado? Jeremy Corbyn resultó ser un incompetente antieuropeo que conducirá al Partido Laborista a un desastre que dejará pequeño al de 1983, traicionando por el camino el legado europeista del Partido.
Separado de Europa por propia voluntad, el Reino Unido se adentra en la oscuridad. Sus líderes políticos han sido incapaces de combatir las mentiras de los demagogos sobre el dinero que la Unión Europea les robaba a los jubilados, o sobre las hordas de inmigrantes que supuestamente iban a acabar con la buena y vieja Inglaterra.
Quizá hubiera sido demasiado pedir altura de miras al actual liderazgo británico, pero nos hubiéramos conformado con que se hubieran comportado con el viejo cinismo de Humphrey Appleby, dentro de la Unión:
La gran catástrofe, sin embargo, quizá el mayor desastre para el mundo desde la toma del poder de cierto canciller con bigotito en Berlín, 1933, es la coronación de Donald Trump.
Ese resultado impensable hasta hace unos meses es fruto una vez más de la frivolidad. De una doble frivolidad en este caso:
- La de los conservadores norteamericanos, que directamente votaron a Trump (hay que leer para creer la banalidad con la que Stanley Payne admite en su última entrevista en La Vanguardia que votó por Trump "confiado en que si se pasa, le destituirán". Payne es historiador y sabe perfectamente que nunca se ha destituido a un Presidente americano, ni siquiera a Andrew Johnson, cuyo comportamiento entre 1865-1869 le hizo un daño espantoso a la nación. ¿Qué le hace pensar que el Partido Republicano que nominó y votó a Trump le destituirá? Este GOP no tiene nada que ver con el que en 1974 estaba dispuesto a destituir a Nixon). Que los conservadores piensen que un tipo que alardea de su acoso a las mujeres, divorciado en dos ocasiones, encarna de algún modo los valores que ellos supuestamente tienen por importantes, clama al cielo (en el que Trump, por cierto, no cree).
- La de cierta izquierda norteamericana, que indirectamente eligió a Trump al votar a Jill Stein, la candidata verde, o a Gary Johnson, el candidato libertario, sin ninguna posibilidad de victoria, para mandar "un mensaje", o "porque los dos Partidos son iguales"o intoxicados por los servicios secretos rusos, que consiguieron diseminar una multitud de noticias falsas a lo largo de la campaña cuya acumulación ha acabado resultando decisiva para la victoria de Donald Trump. Todos esos tontos útiles van ahora a descubrir las consecuencias de su ligereza en sus propias carnes y lo que es más grave, en las de nuestros hijos.
Desde que se inició su loca carrera a la Presidencia, los comentaristas llevan esperando contra toda esperanza que Trump se vuelva más "presidencial". Eso es imposible, porque Trump es incompetente. Todo indica que el magnate inmobiliario es un hombre espectacularmente falto de preparación para el cargo que va a pasar a ocupar. No tiene la menor idea de los desafíos que supone liderar la nación más importante del mundo, y lo que es más grave, carece de la humildad y el buen juicio para tomar decisiones correctas.
No cabe duda de que su política interior, dirigida a arrebatarle su seguro médico a 20 millones de norteamericanos (incluidos muchos de sus votantes, mintiendo sin ambages sobre su inexistente sustitución), a sojuzgar a las minorías raciales por todos los medios legales y alegales posibles, y, en general, a redistribuir la riqueza desde los pobres a los millonarios que pueblan su Gabinete (el menos variado en muchísimos años: ni un hispano, apenas mujeres, media de edad: 70 años), será un desastre y enfrentará a los norteamericanos entre sí de un modo que no se ha visto desde hace 150 años.
En cuanto a su política exterior, su conducta desde la fecha de las elecciones ha sido característica: abrazando a la Rusia de Putin, alabando el Brexit y afirmando que la OTAN es una estructura obsoleta, amenazando con la asfixia económica de México... En suma, parece evidente que el sueño de todos los dirigentes de Moscú desde 1945 por fin se ha cumplido: un Presidente prorruso (es decir, autoritario y demagogo) y antieuropeo gobernará Estados Unidos en los próximos cuatro años.
¿Y Europa qué tiene que decir al respecto? Nada. Amputada del Reino Unido, a punto de sufrir elecciones en varios de sus Estados miembros en las que fuerzas nacionalistas (Le Pen en Francia, Wilders en Holanda, AfD en Alemania) cuyo objetivo político no es otro que precisamente el de destruir Europa mejorarán sustancialmente sus resultados y exigirán políticas proteccionistas y antiinmigratorias que dañarán a la envejecida y cada vez políticamente más irrelevante Europa. Nos hallamos envueltos en una espiral de autodestrucción. Obnubilados por la amenaza terrorista, que aunque grave, no es ni mucho menos tan grave como la amenaza de la dictadura rusa sobre una Europa desprovista de la protección americana, cada vez parece más evidente que estamos dispuestos a cumplir el adagio de Benjamin Franklin:
"Those who would give up essential Liberty, to purchase a little temporary Safety, deserve neither Liberty nor Safety"
Todos los países de Europa del Este, que deberían saber mejor lo que hacen, se encuentran en una clara deriva autoritaria (en particular, Polonia y Hungría) y reniegan de la Unión Europea sin darse cuenta de que la misma es su única protección frente a un hombre que continúa pensando que la mayor catástrofe del Siglo XX no fue el Holocausto judío y gitano, o el genocidio armenio o camboyano (no digamos ya las hambrunas provocadas en Ucrania por Stalin), sino la disolución pacífica de la Unión Soviética y el fin del sojuzgamiento dictatorial de la propia Europa del Este.
Trump, que no es más que un fanfarrón y un cobarde, como todos los fanfarrones, dejará hacer a Putin en Europa y en Oriente Medio. Dentro de cuatro años lamentaremos su elección. Esperemos que al menos podamos lamentarla, sin que la opresión haya finalmente acabado con la libertad de expresión que hasta ahora ha reinado en Occidente y que Vladimir Putin no tolera en la Rusia que Donald Trump tanto admira.
La única esperanza reside en que los demócratas se mantengan firmes y que algunos pocos republicanos decentes (¿John McCain quizá?) y la prensa (que no ha tenido un desafío similar desde los tiempos del Watergate) hagan su trabajo y salven a Estados Unidos (y al mundo) de los ataques que Donald Trump iniciará a partir de este mediodía, hora de Washington, contra la separación de poderes y contra la democracia.
¿Será Trump el peor Presidente de la historia de Estados Unidos? James Buchanan dejó el listón muy alto en 1861, pero Trump, desde luego, tiene números para acercarse mucho. Paradójicamente, su incompetencia es lo único que quizá pueda salvarnos de las consecuencias de sus evidentes instintos antidemocráticos.