Aunque sin lugar a dudas la actuación del Partido Republicano ha sido, en general, muy decepcionante en todo lo relacionado con Donald Trump, y la gran mayoría de sus líderes han puesto a su partido por encima de su país a la hora de favorecer la elección de un Presidente manifiestamente incompetente, no puede negarse tampoco que quedan focos de resistencia dentro del GOP (más en el campo intelectual que entre los cargos electos, todo hay que decirlo).
Hay dos escuelas de pensamiento en relación con los denominados "Never-Trumpers": numerosos demócratas liberales les exigen una oposición en toda la línea al Presidente, mientras que los más moderados (y más realistas) entienden, con mejor sentido, que no cabe exigirle a los conservadores que dejen de serlo por el hecho de que Trump sea un inútil.
Esto es: hay una serie de leyes y nombramientos que cualquier congresista y Senador republicano apoyarán con independencia de quien sea el Presidente (eso se vio de forma meridiana ante el único éxito real de Trump, que fue el nombramiento de Neil Gorsuch como magistrado del Tribunal Supremo. Gorsuch, sin embargo, era un candidato absolutamente ortodoxo, al que cualquier Presidente republicano en esta época hubiera nombrado, por lo que el apoyo unánime de los Senadores del GOP era lógico).
A esto hay que añadir un hecho que es el reverso negativo de las primarias, del que no se suele hablar: éstas tienden a movilizar a los candidatos más extremos de cada partido, porque es en los extremos donde se encuentran los activistas, la gente que más vota y más apoya económicamente a la organización. De hecho, el terror al que se enfrentan los candidatos republicanos (el GOP se ha radicalizado más en los últimos años con la aparición del movimiento del Tea Party) no es el de ser derrotados por los demócratas en las generales, sino el miedo de no llegar ni siquiera a éstas al perder sus primarias.
Y no hay camino más rápido para perder una confrontación intra-republicana hoy en día que enfrentarse al líder del Partido, que, guste o no, es Donald Trump. No puede ser casualidad que algunos senadores escrupulosamente ortodoxos como Jeff Flake, de Arizona, que pese a haber votado en línea con Trump en todas sus prioridades hasta el momento, ha tenido la osadía de escribir un libro sumamente crítico contra el Presidente, esté perdiendo en las encuestas por entre 15 y 25 puntos con su más que probable contricante en las primarias el año que viene, Kelli Ward, una candidata anti-inmigración y antiaborto que, a su vez, probablemente perderá el escaño frente a la candidatura demócrata, debido a su extremismo (incluso en un Estado más bien republicano como Arizona, que ha votado al candidato conservador en las últimas cinco elecciones presidenciales).
La conjunción de estos factores hace que enfrentarse a Trump sea muy peligroso para un político republicano, que corre el riesgo de ver cómo su carrera se va al garete, puesto que el Presidente es todavía popular entre las bases del Partido (más de tres cuartas partes de los votantes republicanos le apoyan a día de hoy).
¿Dónde hallamos la oposición más activa a Trump, por lo tanto? Únicamente en aquellos congresistas en distritos muy demócratas (como Ileana Ros-Lehtinen, que además ha anunciado su retirada para 2018) o en Senadores que no le tienen miedo al ala derecha del partido, porque se han enfrentado a ella en sus Estados y la han derrotado (como Lisa Murkowski en Alaska o John McCain en Arizona, que lo han hecho ya en dos ocasiones: 2010 y 2016) o porque son moderados genuinos (como Susan Collins en Maine). Estos tres últimos fueron los únicos Senadores republicanos que votaron contra la revocación del Obamacare en julio pasado.
Sin embargo, pedirle heroicidades a los demás republicanos no tiene mucho sentido: hay que aplaudir cada esfuerzo que hagan por separarse del Presidente, pero no cabe esperar ningún apoyo a un proceso de destitución hasta que Trump descienda a niveles nixonianos de impopularidad (un 25% a nivel nacional, lo que supondría que en torno a la mitad de los republicanos estaría en contra de su líder). En cualquier caso, hasta que la Cámara de Representantes y el Senado pasen a manos demócratas (cosa que, si Trump sigue haciéndolo tan bien como hasta ahora, es muy posible que ocurra en 2018), no cabe esperar ningún movimiento en ese sentido.
Y lo que desde luego no cabe esperar es que, mientras tanto, congresistas y Senadores conservadores voten en contra de prioridades conservadoras porque Trump sea Presidente: los jueces federales y los Secretarios de los distintos departamentos serán conservadores, cómo lo serían si el Presidente fuera Marco Rubio o Ted Cruz.