miércoles, 8 de noviembre de 2017

El final del principio: derrotas republicanas en Virginia y New Jersey

“Now this is not the end. It is not even the beginning of the end. But it is, perhaps, the end of the beginning.”- Churchill en su discurso tras la batalla de El Alamein, 10 de diciembre de 1942

La victoria de Donald Trump hace un año generó entre los politólogos y sociólogos norteamericanos la sensación de que sus modelos electorales habían fallado y que Trump era una anomalía de algún tipo, un candidato que gozaba de cierto tipo de inmunidad política que no habían sido capaces de detectar.

Visto en retrospectiva, la realidad es más sencilla: desde hace ya casi sesenta años, los norteamericanos tienen una tendencia a cambiar de partido en las presidenciales tras ocho años de mandato. Votan a lo “nuevo”. Es así, nos guste o no. Ocurrió en 1960, 1968, 1976, 2000, 2008 y 2016 (en varias ocasiones por los pelos, pero ocurrió). Sólo si un Presidente es sumamente incompetente (Carter, 1980) o sumamente popular (Reagan, 1988) esta tendencia se ha quebrado.

Si le añadimos a este hecho el que los demócratas cometieron (también en retrospectiva) el error de elegir a una candidata que llevaba un cuarto de siglo ante la mirada de la opinión pública y que bajo ningún concepto podía representar el “cambio” o la “renovación”, el escenario estaba listo para la elección incluso de un candidato tan manifiestamente incompetente como Trump (la ayuda de la dictadura rusa no se puede desdeñar tampoco, pero pasarán años hasta que los historiadores puedan verificar su impacto global, si es que alguna vez llegan a hacerlo).

Trump, como era de esperar dada su incompetencia y su grosería, ha resultado ser un presidente sumamente impopular. De hecho, es el Presidente con los peores datos de popularidad desde que hay registros. Y en ausencia de Hillary Clinton, todas las elecciones federales o estatales que se están celebrando a lo largo de este año en Estados Unidos son en mayor o menor medida referéndums sobre su persona.

Ayer tuvimos la muestra más relevante en lo que llevamos de 2017: hubo elecciones a gobernador en Nueva Jersey y Virginia. En ambas ganaron, con gran comodidad, los candidatos demócratas. Y lo que es quizá más relevante: en las elecciones al Congreso de Virginia, los demócratas casi con total seguridad lograron la mayoría absoluta de los escaños (tenían 34 sobre 100, y probablemente han ganado entre 50 y 53 escaños, a falta de los recuentos). Ese resultado ha sido totalmente inesperado, y revela la magnitud de la impopularidad del presidente.

El mapa (del New York Times) que muestra la variación en el voto entre las elecciones a gobernador de Virginia en 2013 y 2017 (en ambas ganaron los demócratas) desvela la clara polarización de Estados Unidos: cuanto más rojo, mayor mejora en el voto republicano respecto a cuatro años atrás; cuanto más azul, mayor mejora en el voto demócrata respecto a cuatro años atrás.

Superficialmente parecería que los republicanos habrían tenido una mejora, pero todas las áreas republicanas son zonas rurales, con pocos votos (véase en particular el Sudoeste de Virginia). En cambio, ese manchurrón al Norte del Estado son los suburbios de Washington, llenos de votantes, en los que Northam, el candidato demócrata, lo ha hecho bastante mejor que Clinton el año pasado.



¿Qué cabe deducir de todo ello? Que el año que viene, si la popularidad de Trump no mejora, las elecciones de medio mandato serán un via crucis para el Partido Republicano, particularmente en el Congreso, donde se renuevan los 435 escaños y donde docenas de congresistas republicanos representan el tipo de distrito suburbano en los que ayer arrasaron los demócratas de Virginia. (Por otra parte, todo indica que los congresistas rurales republicanos pueden dormir tranquilos).

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