En primer lugar, queridos lectores, quisiera disculparme en nombre propio y en el de Pedro Soriano, por este largo período de sequía. Diversos acontecimientos de índoles personal (agradables, un nuevo trabajo y un nacimiento) nos han tenido ocupados en este comienzo de 2010. A partir de esta semana, intentaremos no fallar a nuestra cita con esta Batalla...
En su excepcional Historia de EEUU, Paul Johnson dice algo así como que "la esclavitud es el gran pecado original" de este país. Y tiene razón. A los amantes de esta república y de su pasado nos resulta doloroso admitir que los mismos (Washington, Jefferson,...) que luchaban por los más altos principios y que escribieron, defendieron y aplicaron la más maravillosa declaración de derechos nunca conocida, tenían en sus propias fincas a seres humanos privados del acceso a esa misma libertad.
Este pecado, por su magnitud, mantiene, a pesar del siglo y medio que ha transcurrido desde que fue erradicado, profundas huellas en la sociedad estadounidense. No recuerdo a quién escuché decir una vez que los negros eran el único grupo racial o religioso que no había acabado de integrarse en la sociedad americana por una sencilla razón, eran los únicos que no habían llegado voluntariamente. Me parece una reflexión interesante.
Es más, me parece que explica la personalidad y la acogida de Barack Obama entre la población norteamericana. Él es un negro que llegó por su propia voluntad (la de su padre) a EEUU. Así, ni tiene en sus carnes el resentimiento de la esclavitud (y de las leyes raciales que estuvieron vigentes hasta hace menos de cincuenta años); ni los blancos, cuando le ven, sienten el peso y la vergüenza de la injusticia que cometieron sus antepasados.
Me da la sensación de que estos sentimientos siguen estando muy presentes en la sociedad americana y explican el extraordinario crecimiento que experimentan, desde mediados de la década de los sesenta, dos tipos de políticas completamente alejadas del ideal estadounidense: las medidas de discriminación positiva y el welfare state. EEUU se fundó bajo el principio de que todos los hombres son iguales ante la ley y de que cada individuo, con sus propios medios, debe ser capaz de buscar su felicidad (maravillosa expresión jeffersoniana) sin interferencias del Estado. Tanto la discriminación positiva como el welfare state pretenden que sea la ley la que consiga la igualdad clasificando a los individuos según el grupo al que pertenecen (blancos, negros, pobres, ricos, hijos de soltera, jóvenes, viejos, cristianos, musulmanes...); es decir, precisamente aquello de lo que escapaban los primeros peregrinos que llegaron a las playas de Virginia.
Es evidente que hay un poso de mala conciencia socialdemócrata al estilo europeo en todo esto, pero creo que el problema racial pesó más (y sigue pesando más) en la implantación en los EEUU de estas políticas, por eso quería hacer algunas consideraciones al respecto. Hoy me ocuparé del welfare state, y en mi próximo post atacaré la discriminación positiva.
La justificación clásica del welfare state es que el Estado debe ocuparse de aquéllos que no están en condiciones de hacerlo por sí mismos. En principio, esto nos debería llevar a una mera transferencia de rentas, es decir, analizar cuál es el nivel mínimo de ingresos que necesita una persona (por ejemplo: 8.000 dólares al año) y pagar a aquellos que nos los ganen por sí mismos la diferencia. No estoy muy seguro de que una ley de este tipo funcionase, pero creo que al menos sería más justa. No entraría en cuestiones de a qué grupo perteneces o cuáles son tus circunstancias: simplemente daría dinero al que lo necesite. Además, su aplicación sería mucho más barata y bastante menos burocrática.
Sin embargo, lo que tenemos en la actualidad es un estado del bienestar que paga en función de la circunstancias del individuo. Así, los ingresos se tienen en cuenta (es evidente), pero también hay otros muchos factores que pueden ayudar a una persona a convertirse en receptor de ayudas (ser madre soltera, tener más de unos cuantos hijos, ser miembro de una minoría, ser joven o mayor, etc...). El problema es que cuando pagas a alguien por ser algo, puede que también estés incentivando a que se mantenga en esa situación. Es la clásica duda de las prestaciones por desempleo: "si pagas por estar en el paro, hay menos incentivos para salir de esa situación" (y esto lo dice alguien que ha estado cobrando esta prestación hasta hace muy poco).
Pensaba en todos estos temas el otro día, viendo Precious, una maravillosa película sobre una chica negra de Nueva York que vive en el peor de los mundos posibles y que ve como ese mundo es subvencionado generosamente por los servicios públicos de su ciudad. Cuando salí, fui a mi montón de mis papeles viejos y saqué el estudio why not abolish the welfare state? que en 1994 escribieron tres profesores para la NCPA (ya sé que algunos dirán que es una organización conservadora, pero creo que los argumentos deben dirigirse a cuestionar los planteamientos del artículo, no quién lo escribe). Aunque es algo antiguo, es de lo mejor que he leído sobre el tema. Dejo aquí alguno de sus más interesantes comentarios:
1. Sumando todo el dinero que se dedicaba en 1994 a políticas de welfare state se alcanzaban los 350 millones de dólares. Pues bien, repartiendo ese dinero a pelo entre las personas situadas por debajo del índice oficial de pobreza, a cada una le tocarían "8.939 dólares; ó 35.756 para una familia de cuatro, por encima de la media de ingresos nacionales". Cuánto dinero se va por el sumidero en burocracia, políticas mal planteadas, estudios, informes, subvenciones absurdas, receptores que no lo necesitan,...
2. "En 1991, en las diez mayores ciudades de EEUU, más de la mitad de los nacimientos eran de madres solteras (70% entre los negros)". Existe una correlación clara entre nacer en un hogar con uno o dos progenitores y las posibilidades de acabar en la cárcel de mayor. Pagando a las madres solteras o a las que son abandonadas por su marido (de nuevo, repito, hay que ver Precious, por favor) ¿qué incentivos estamos dirigiendo al sector más empobrecido de la sociedad?
3. Si comparamos la ayuda estatal con la que aportan organizaciones privadas, nos damos cuenta de que la primera es "muy difícil de conseguir y muy fácil de mantener", al contrario que la segunda (y de lo que manda la lógica). Es decir, las organizaciones privadas (en España, el equivalente es Caritas) acuden rápidamente a ayudar a las personas que caen en una situación de necesidad (paro, problemas económicos,...). Es muy fácil acudir a uno de sus centros y que te presten ayuda, pero es mucho más difícil mantenerla, porque estas instituciones suelen exigir a los receptores que hagan algo para salir de esa situación. La ayuda pública, por el contrario, es difícil de conseguir, porque hay que superar una enorme barrera burocrática para demostrar que mereces esa ayuda; pero muy fácil de mantener, porque con seguir en la misma situación el cheque llega regularmente a tu domicilio.
4. Como consecuencia, los que reciben ayuda pública tienen un porcentaje muy alto de posibilidades de seguir recibiéndola al cabo de unos años mientras que los que acuden a la privada, salen de su situación de necesidad con mucha más rapidez (y éste debería ser el objetivo de estas políticas). Como dicen los autores del informe, "la mayoría de la gente está capacitada para sostener a sus familias", por lo que, "la ayuda en el corto plazo debería ser accesible a muchos, mientras que la ayuda en el largo plazo debería restringirse a unos pocos".
Seguramente, a aquellos que diseñan estas políticas y que se escudan en sus buenas intenciones todo esto les suene a soflama ultraliberal. El problema es que las intenciones no bastan, hay que ser consciente de los resultados y asumir que una política que reiteradamente falla, a pesar de que cada día reciba más fondos, puede estar equivocada. En cualquier caso, no es necesario que crean mis cifras, ni las de la NCPA... que vayan al cine y hablen un rato con Precious, seguro que esa maravillosa chica llena de sueños puede contarles mucho mejor que yo de qué estamos hablando.
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