Ya resaltamos en nuestro anterior comentario que nada ha sido tan dañino para la historia estadounidense como la esclavitud con la que convivió durante casi un siglo y las secuelas que han perdurado durante los 150 años restantes. Cuando los padres fundadores decidieron establecer que todos los hombres eran iguales ante la ley, se debieron olvidar de los que tenían esclavizados en sus haciendas y, claro, un descuido de este calibre iba a tener consecuencias funestas.
Si el siglo XIX vio una Guerra Civil y casi el desmembramiento de la Unión por la llamada cuestión negra, podríamos decir que la segunda mitad del siglo XX ha sido la época del desagravio. El problema es que, en este proceso, se han subvertido algunos de los valores más poderosos de la democracia americana y, evidentemente, tampoco este error ha salido gratis. Si la semana pasada alertábamos sobre los nocivos efectos de gran parte de lo que se ha dado en llamar welfare state, hoy nos centraremos en la que quizás haya sido la más errónea política de la historia reciente de EEUU: la discriminación positiva (por cierto, seguida con parecido entusiasmo por demócratas y republicanos).
La denominada affirmative action es una teoría que establece que se deben intentar reparar en el presente las injusticias que diversos grupos de población (mujeres, indios, minusválidos, afroamericanos,...) han sufrido en el pasado. De esta manera, lo que se pretende no es que los ciudadanos sean iguales ante la ley (el fundamento sobre el que se creó la democracia americana) sino que se intenta conseguir que sean iguales tras la aplicación de la ley.
Este tipo de medidas están basadas en una mezcla de mala conciencia (por lo que los antepasados blancos han podido hacer), corrección política (que los medios se encargan de alentar), ingeniería social (el intervencionismo a derecha e izquierda quiere diseñar una sociedad a su medida porque le da miedo que los hombres libres decidan por sí mismos), paternalismo (políticos, periodistas e intelectuales unidos, para proteger a una sociedad que no sabría organizarse por sí misma) y táctica electoral (se favorece a un grupo social fácilmente identificable para conseguir el apoyo de sus miembros).
El problema es que la arrogancia intervencionista siempre tiene que hacer frente a las más duras realidades cotidianas. Las leyes no se aplican a las sociedades en abstracto, sino a cada una de las personas que viven en el territorio en el que están vigentes. Así, el aparentemente lógico deseo de aumentar la presencia de una minoría en una universidad provocará que un estudiante blanco más preparado (y que se ha esforzado más) vea como el puesto que le corresponde va a parar a un compañero con peores notas. Ni este candidato tiene esclavos trabajando en sus posesiones ni tiene la culpa de que sus tatarabuelos los tuvieran. De esta manera, al trato de favor habitual en el pasado, y que tan penoso nos parece ahora, le ha sucedido una fuerza en sentido contrario, que trata de reparar una injusticia con otra.
Como era de esperar, las medidas de este tipo no sólo no han tenido el efecto esperado, sino que, en muchos casos, han provocado reacciones en la dirección opuesta. Éste es el principal lamento de Thomas Sowell en su muy interesante libro La discriminación positiva en el mundo. Sowell, un liberal de raza negra, escribe lo que nadie se atreve a decir en alto, y lo hace apoyado en estadísticas y ejemplos. Éstas son algunas de sus más inteligentes reflexiones:
Sobre los beneficios para la sociedad: "Tanto los grupos preferentes como los no preferentes reducen sus esfuerzos: los primeros porque no necesitan rendir al máximo, los segundos porque esforzarse al máximo resulta inútil. Se produce una pérdida neta, no una suma cero".
Acerca de su eficacia contra la pobreza: "El porcentaje de familias negras con ingresos inferiores al umbral de la pobreza pasó del 87% al 47% entre 1940 y 1960, antes de la legislación a favor de los derechos civiles. Entre 1960 y 1970, disminuyó un 17% más, y desde entonces, con la discriminación positiva, este índice de pobreza entre los negros sólo ha descendido un 1% adicional".
En la universidad: "Los jóvenes negros con más aptitudes rinden especialmente bien cuando se encuentran entre otros jóvenes con más aptitudes, y no cuando se les educa en presencia de otros estudiantes negros menos aptos. Una masa crítica intelectual produce resultados contrarios a una masa crítica racial. (...) A pesar de que el número de estudiantes negros en Berkeley aumentó en la década de los 80, el número de licenciados negros disminuyó. Estos estudiantes negros sobresalientes (admitidos en Berkeley a causa de la discriminación positiva y con buenas notas, aunque no tan altas como las habituales en esta facultad) podrían haberse licenciado en otras universidades".
La 'justificación' histórica: "Los males de las generaciones pasadas y siglos pasados seguirán siendo males irrevocables a pesar de lo que hagamos en la actualidad".
¿Respeto o caridad?: "Los defensores de la discriminación positiva en EEUU han dado la vuelta completamente a la historia de los negros. En lugar de ganarse el respeto de otros grupos por salir por si solos de la pobreza (como hicieron entre 1940 y 1960), amigos y críticos por igual suelen pensar que los negros deben sus mejoras a los beneficios gubernamentales".
La justificación política: "¿Por qué el progreso social anterior a los 70 (antes de la discriminación positiva) se desecha como la política de ‘no hacer nada’? Porque, independientemente de los beneficios sociales y económicos, ofrece pocas recompensas a los políticos, activistas e intelectuales, o a quienes desean aparecer como moralmente superiores".
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