(En la foto, cómo acabaría Trump en unas elecciones generales)
Decíamos a principios de noviembre que el panorama de las primarias republicanas era sumamente confuso, y los casi tres meses transcurridos han contribuido poco a aclararlo.
Vaya por delante que, contrariamente a lo que todo el mundo esperaba, la candidatura de Donald Trump no sólo no se ha desinflado, sino que se mantiene fuerte (al menos en las encuestas; ya veremos cómo se traduce eso en votos).
Las encuestas de Iowa y New Hampshire, los dos primeros Estados en votar -el 1 y el 9 de febrero, respectivamente- que ahora, a pocos días de distancia de las votaciones, empiezan a resultar significativas, pronostican los siguientes resultados (Fuente: Pollster, Huffington Post, opción de mayor sensibilidad):
Iowa
Como se puede ver, el apoyo de Donald Trump, aunque da fuertes bandazos, muestra una tendencia al alza desde diciembre de 2015, y a día de hoy está en torno al 30% de los votos. Por su parte, Ted Cruz, que en diciembre estaba disputando mano a mano la primera posición con Trump, a día de hoy parece que ha perdido algo de fuelle. En tercera posición pero a mucha distancia hallamos a Marco Rubio, mientras que los demás candidatos se encuentran todavía más lejos.
New Hampshire
En New Hampshire el panorama, si cabe, es todavía más favorable a Trump:
Trump lidera las encuestas del Estado a mucha distancia del sorprendente segundo (el gobernador de Ohio, John Kasich) y triplicando o cuadruplicando los apoyos de Ted Cruz, Marco Rubio, Jeb Bush o Chris Christie.
¿Como hemos podido llegar a esta situación en la que un millonario bocazas amenaza con ganar la nominación republicana? Por varios motivos:
1) En primer lugar, por la falta de deseo o de capacidad del denominado "establishment" republicano (congresistas, senadores, gobernadores y donantes moderadamente conservadores que nutren de fondos al Partido Republicano) para agruparse en torno a un solo candidato.
Esto continúa apreciándose claramente si examinamos como andan los apoyos dentro del Partido Republicano, medidos conforme a la tabla de apoyos explícitos que contabiliza diariamente Fivethirtyeight, el blog de Nate Silver, y que nos sigue mostrando, apenas una semana antes de Iowa, un panorama totalmente dividido, sin níngún candidato verdaderamente dominador:
- Jeb Bush, que es el candidato con más apoyos, apenas tiene 51 "puntos" de apoyo (Silver atribuye 10 puntos por gobernador, 5 por senador y 1 por congresista), lo que supone que su candidatura es apoyada por 0 de los 31 gobernadores republicanos, 5 de los 54 senadores, y 26 de los 247 congresistas. (Como punto de comparación, Hillary Clinton, a día de hoy, tiene 458 puntos de apoyo).
- Los restantes candidatos están aún peor (Rubio tiene 43 "puntos" -4 senadores y 23 congresistas, ningún gobernador- Chris Christie y Mike Huckabee tienen 26 "puntos", etc).
Resulta evidente que la inmensa mayoría del partido republicano está indeciso y no sabe cuál es el mejor candidato para confrontarlo a Hillary Clinton.
- Los restantes candidatos están aún peor (Rubio tiene 43 "puntos" -4 senadores y 23 congresistas, ningún gobernador- Chris Christie y Mike Huckabee tienen 26 "puntos", etc).
Resulta evidente que la inmensa mayoría del partido republicano está indeciso y no sabe cuál es el mejor candidato para confrontarlo a Hillary Clinton.
2) Pero hay otro problema adicional: lo que sí parece claro es que la mayoría del Partido odia aún más a Ted Cruz de lo que les preocupa Donald Trump. Sólo así se pueden entender declaraciones como las de Terry Branstad, el influyente gobernador de Iowa, o de Richard Burr, el senador de Carolina del Norte, en las que estos manifiestan su rotunda oposición al senador tejano (Burr ha llegado a decir que votarían antes por Bernie Sanders, el Senador socialdemócrata de Vermont que aspira a la Presidencia en las primarias demócratas, antes que a Ted Cruz).
Ted Cruz, como líder del área cristiana evangélica del Partido, siempre iba a tener problemas para conectar con los votantes republicanos más seculares, pero su ejecutoria desde que llegó al Senado en enero de 2013 ha alienado a la mayoría de sus colegas (ha intentado segar la hierba bajo los pies a los líderes republicanos en el Congreso y el Senado de manera constante, y el desprecio que sienten éstos por él parece ser sinceramente mutuo).
3) Entre los ataques que está recibiendo Ted Cruz y los ataques que los cuatro candidatos "tradicionales" - Jeb Bush, Marco Rubio, John Kasich y Chris Christie- se están propinando entre sí, Donald Trump continúa medrando, invadiendo claramente el espacio intermedio republicano (los "somewhat conservative" republicanos, en el brillante análisis de Henry Olsen).
En efecto, contrariamente a lo que se pueda pensar, los conservadores evangélicos más de derechas, en su mayoría, no se están dejando engañar y se percatan claramente de que Trump no es uno de los suyos (el otro día, por ejemplo, acudió a Liberty University, una universidad evangélica, y citó la Biblia, concretamente la Segunda Carta a los Corintios, como "Two Corinthians", cuando cualquier asistente habitual a la Iglesia sabe que la cita es "Second Corinthians"), por lo que apoyan en su mayoría a Ted Cruz.
Sin embargo, el votante republicano medio no es ese votante de la derecha cristiana, sino un votante algo más secular (aunque creyente) y de clase media-baja, con un profundo resentimiento étnico (pero aún más de clase) contra negros y -especialmente- hispanos, a los que considera "intrusos" que le quitan sus puestos de trabajo (en suma, es el equivalente norteamericano al votante del Frente Nacional en Francia), pero no especialmente conservador ni anti-gubernamental per se (es sólo anti-gubernamental cuando en el Gobierno están los demócratas). Este votante está en el centro ideológico del Partido Republicano -no tienen posturas tan radicales como la derecha cristiana en cuestiones de conciencia como el aborto o el matrimonio gay, por ejemplo, aunque tampoco están activamente a favor-.
El tercer tipo de votante republicano -el moderado-, tampoco es especialmente receptivo a los cantos de sirena de Trump. Pero tampoco tiene fuerza suficiente para imponer en solitario a su candidato frente a la derecha cristiana.
Tradicionalmente, el candidato republicano ha sido fruto de una alianza entre la derecha cristiana y los "somewhat conservatives" (George Bush Jr. en 2000, Ronald Reagan en 1980) o de los "somewhat conservatives" y los moderados (George Bush Sr. en 1988, Bob Dole en 1996, John McCain en 2008, Mitt Romney en 2012).
El problema es que Donald Trump, al ocupar ese espacio central, cortocircuita el flujo normal de alianzas en las primarias republicanas, y expone al Partido a un verdadero accidente en un doble sentido:
a) Si Trump es el candidato, es evidente que espantará a algunos votantes moderados hacia los demócratas, mientras que algunos votantes evangélicos se quedarán en casa.
b) Si Trump no es el candidato (y no digamos ya si acaba presentándose como independiente) serán votantes del centro del partido los que o se quedarán en casa o votarán a Trump en su condición de tercer partido.
Ted Cruz, como líder del área cristiana evangélica del Partido, siempre iba a tener problemas para conectar con los votantes republicanos más seculares, pero su ejecutoria desde que llegó al Senado en enero de 2013 ha alienado a la mayoría de sus colegas (ha intentado segar la hierba bajo los pies a los líderes republicanos en el Congreso y el Senado de manera constante, y el desprecio que sienten éstos por él parece ser sinceramente mutuo).
3) Entre los ataques que está recibiendo Ted Cruz y los ataques que los cuatro candidatos "tradicionales" - Jeb Bush, Marco Rubio, John Kasich y Chris Christie- se están propinando entre sí, Donald Trump continúa medrando, invadiendo claramente el espacio intermedio republicano (los "somewhat conservative" republicanos, en el brillante análisis de Henry Olsen).
En efecto, contrariamente a lo que se pueda pensar, los conservadores evangélicos más de derechas, en su mayoría, no se están dejando engañar y se percatan claramente de que Trump no es uno de los suyos (el otro día, por ejemplo, acudió a Liberty University, una universidad evangélica, y citó la Biblia, concretamente la Segunda Carta a los Corintios, como "Two Corinthians", cuando cualquier asistente habitual a la Iglesia sabe que la cita es "Second Corinthians"), por lo que apoyan en su mayoría a Ted Cruz.
Sin embargo, el votante republicano medio no es ese votante de la derecha cristiana, sino un votante algo más secular (aunque creyente) y de clase media-baja, con un profundo resentimiento étnico (pero aún más de clase) contra negros y -especialmente- hispanos, a los que considera "intrusos" que le quitan sus puestos de trabajo (en suma, es el equivalente norteamericano al votante del Frente Nacional en Francia), pero no especialmente conservador ni anti-gubernamental per se (es sólo anti-gubernamental cuando en el Gobierno están los demócratas). Este votante está en el centro ideológico del Partido Republicano -no tienen posturas tan radicales como la derecha cristiana en cuestiones de conciencia como el aborto o el matrimonio gay, por ejemplo, aunque tampoco están activamente a favor-.
El tercer tipo de votante republicano -el moderado-, tampoco es especialmente receptivo a los cantos de sirena de Trump. Pero tampoco tiene fuerza suficiente para imponer en solitario a su candidato frente a la derecha cristiana.
Tradicionalmente, el candidato republicano ha sido fruto de una alianza entre la derecha cristiana y los "somewhat conservatives" (George Bush Jr. en 2000, Ronald Reagan en 1980) o de los "somewhat conservatives" y los moderados (George Bush Sr. en 1988, Bob Dole en 1996, John McCain en 2008, Mitt Romney en 2012).
El problema es que Donald Trump, al ocupar ese espacio central, cortocircuita el flujo normal de alianzas en las primarias republicanas, y expone al Partido a un verdadero accidente en un doble sentido:
a) Si Trump es el candidato, es evidente que espantará a algunos votantes moderados hacia los demócratas, mientras que algunos votantes evangélicos se quedarán en casa.
b) Si Trump no es el candidato (y no digamos ya si acaba presentándose como independiente) serán votantes del centro del partido los que o se quedarán en casa o votarán a Trump en su condición de tercer partido.
4) ¿Qué están pensando a día de hoy las élites republicanas? Pese a su falta de coordinación, parece que su estrategia es la siguiente:
- Donald Trump es incapaz de obtener más de un tercio de los votantes en las primarias republicanas.
- Odiamos a Ted Cruz, por lo que vamos a dejar que Trump lo derrote en Iowa y en Carolina del Sur y en el Supermartes -las grandes primarias de principios de marzo- hasta forzarlo a retirarse.
- Escogemos como caballo ganador al candidato del establishment que mejor lo haga en Iowa y New Hampshire (sea Bush, Rubio, Christie o Kasich) y le apoyamos financieramente hasta que se retire Cruz.
- En la fase final de las primarias, el candidato del establishment recoge todos los votos anti-Trump (incluso los de la derecha cristiana, a regañadientes) y acaba derrotándolo. Para entonces, además, han pasado ya los plazos para presentarse como candidato independiente en la mayoría de los Estados, por lo que Trump no puede presentarse como tercera fuerza.
5) La estrategia de la derecha cristiana es similar, con algún matiz:
- Donald Trump es incapaz de obtener más de un tercio de los votantes en las primarias republicanas, y vamos a derrotarle en Iowa.
- Odiamos al establishment, por lo que vamos a dejar que Trump lo derrote en New Hampshire y en el Supermartes -las grandes primarias de principios de marzo- hasta forzarlos a todos a retirarse.
- Nuestro caballo ganador es Ted Cruz, al que apoyaremos financieramente a medida que caigan todos los candidatos del establishment.
- En la fase final de las primarias, el candidato de la derecha cristiana recoge todos los votos anti-Trump (incluso los de los moderados, a regañadientes) y acaba derrotándolo. Para entonces, además, han pasado ya los plazos para presentarse como candidato independiente en la mayoría de los Estados, por lo que Trump no puede presentarse como tercera fuerza.
El principal problema de estas dos estrategias está en lo que llama el efecto del "caballo ganador". Si Donald Trump gana en Iowa y New Hampshire, habrá conseguido algo que ningún candidato republicano -no presidente- había logrado nunca desde la instauración del sistema de primarias (Reagan, Bush padre, McCain y Romney perdieron Iowa; Bob Dole y George Bush hijo perdieron New Hampshire). El votante republicano tenderá a considerarlo el candidato más importante, y es probable que empiece a captar parte del voto de los candidatos que empiecen a retirarse.
6) Dicho esto, es cierto que Iowa y New Hampshire van a limar enormemente el número de candidatos. Si a día de hoy conservamos 12, es muy probable que después queden 6 o menos. Una vez que comiencen las votaciones, los candidatos perdedores simplemente verán cerrado el grifo de las donaciones (y las noticias en los medios de comunicación), y los ganadores podrán tener más visibilidad para enfrentarse con Trump.
7) Por último, hay que añadir una cosa, en justicia: en mi opinión, Donald Trump sería un presidente desastroso, pero está resultando ser un candidato mucho mejor de lo esperado. Maneja a los medios de comunicación como Bach un órgano y en los debates ha batido a Ted Cruz, campeón nacional de debates en 1992. Obsérvese este espectacular ejemplo del último debate. Contexto: Ted Cruz intenta atacar a Trump diciéndole que representa los valores de "Nueva York" (quiere decir que no es conservador). Trump contesta invocando los ataques del 11 de septiembre, de una manera absolutamente emocional y brillante, hasta el punto de que obliga a Ted Cruz a aplaudirle.
8) Dicho esto, el camino de la victoria para Donald Trump es, como mínimo, heterodoxo: depende de que la gente que le ve en la televisión vaya a votarle (tiene poca infraestructura organizativa) y sus partidarios más fervorosos precisamente son gente que no acude regularmente a votar en las primarias republicanas (votantes de clase media-baja, como hemos dicho, resentidos también contra Wall Street, además de contra negros e hispanos). Pero si consigue que acudan a votar, la división entre los restantes candidatos puede auparle a la victoria.
Ahora bien, la Presidencia es otra historia. Donald Trump puede llegar a conseguir ganar la nominación de un Partido Republicano dividido, pero eso no quiere decir que sea popular con el electorado en las generales. Donald Trump, no lo olvidemos, es bastante impopular:
Y que el Partido Republicano haya caído presa de sus encantos (cosa que, insisto, está por ver) no quiere decir que el Partido Demócrata también vaya a hacerlo.
- Donald Trump es incapaz de obtener más de un tercio de los votantes en las primarias republicanas.
- Odiamos a Ted Cruz, por lo que vamos a dejar que Trump lo derrote en Iowa y en Carolina del Sur y en el Supermartes -las grandes primarias de principios de marzo- hasta forzarlo a retirarse.
- Escogemos como caballo ganador al candidato del establishment que mejor lo haga en Iowa y New Hampshire (sea Bush, Rubio, Christie o Kasich) y le apoyamos financieramente hasta que se retire Cruz.
- En la fase final de las primarias, el candidato del establishment recoge todos los votos anti-Trump (incluso los de la derecha cristiana, a regañadientes) y acaba derrotándolo. Para entonces, además, han pasado ya los plazos para presentarse como candidato independiente en la mayoría de los Estados, por lo que Trump no puede presentarse como tercera fuerza.
5) La estrategia de la derecha cristiana es similar, con algún matiz:
- Donald Trump es incapaz de obtener más de un tercio de los votantes en las primarias republicanas, y vamos a derrotarle en Iowa.
- Odiamos al establishment, por lo que vamos a dejar que Trump lo derrote en New Hampshire y en el Supermartes -las grandes primarias de principios de marzo- hasta forzarlos a todos a retirarse.
- Nuestro caballo ganador es Ted Cruz, al que apoyaremos financieramente a medida que caigan todos los candidatos del establishment.
- En la fase final de las primarias, el candidato de la derecha cristiana recoge todos los votos anti-Trump (incluso los de los moderados, a regañadientes) y acaba derrotándolo. Para entonces, además, han pasado ya los plazos para presentarse como candidato independiente en la mayoría de los Estados, por lo que Trump no puede presentarse como tercera fuerza.
El principal problema de estas dos estrategias está en lo que llama el efecto del "caballo ganador". Si Donald Trump gana en Iowa y New Hampshire, habrá conseguido algo que ningún candidato republicano -no presidente- había logrado nunca desde la instauración del sistema de primarias (Reagan, Bush padre, McCain y Romney perdieron Iowa; Bob Dole y George Bush hijo perdieron New Hampshire). El votante republicano tenderá a considerarlo el candidato más importante, y es probable que empiece a captar parte del voto de los candidatos que empiecen a retirarse.
6) Dicho esto, es cierto que Iowa y New Hampshire van a limar enormemente el número de candidatos. Si a día de hoy conservamos 12, es muy probable que después queden 6 o menos. Una vez que comiencen las votaciones, los candidatos perdedores simplemente verán cerrado el grifo de las donaciones (y las noticias en los medios de comunicación), y los ganadores podrán tener más visibilidad para enfrentarse con Trump.
7) Por último, hay que añadir una cosa, en justicia: en mi opinión, Donald Trump sería un presidente desastroso, pero está resultando ser un candidato mucho mejor de lo esperado. Maneja a los medios de comunicación como Bach un órgano y en los debates ha batido a Ted Cruz, campeón nacional de debates en 1992. Obsérvese este espectacular ejemplo del último debate. Contexto: Ted Cruz intenta atacar a Trump diciéndole que representa los valores de "Nueva York" (quiere decir que no es conservador). Trump contesta invocando los ataques del 11 de septiembre, de una manera absolutamente emocional y brillante, hasta el punto de que obliga a Ted Cruz a aplaudirle.
8) Dicho esto, el camino de la victoria para Donald Trump es, como mínimo, heterodoxo: depende de que la gente que le ve en la televisión vaya a votarle (tiene poca infraestructura organizativa) y sus partidarios más fervorosos precisamente son gente que no acude regularmente a votar en las primarias republicanas (votantes de clase media-baja, como hemos dicho, resentidos también contra Wall Street, además de contra negros e hispanos). Pero si consigue que acudan a votar, la división entre los restantes candidatos puede auparle a la victoria.
Ahora bien, la Presidencia es otra historia. Donald Trump puede llegar a conseguir ganar la nominación de un Partido Republicano dividido, pero eso no quiere decir que sea popular con el electorado en las generales. Donald Trump, no lo olvidemos, es bastante impopular:
Y que el Partido Republicano haya caído presa de sus encantos (cosa que, insisto, está por ver) no quiere decir que el Partido Demócrata también vaya a hacerlo.
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