domingo, 4 de noviembre de 2012

El bucle ideológico republicano

Una de las características más deprimentes de este ciclo electoral ha sido comprobar cómo los blogs y comentaristas conservadores han cerrado los ojos ante la realidad de las encuestas, del voto anticipado y de la demografía. Ha resultado especialmente doloroso comprobar cómo algunos autores reputados han sacrificado su prestigo en el altar partidista: George Will, Michael Barone o mi otrora admirado Jay Cost se han pasado semanas ignorando todos los datos que indicaban que Romney no iba a conseguir mejorar los resultados electorales de McCain en 2008 hasta el punto de alcanzar la victoria, confiando, por el contrario, en su "instinto" o "picoteando" entre las encuestas de sesgo más claramente pro-republicano (con especial calor para Rasmussen Reports).
 
Si esto fuera únicamente un problema en materia de encuestas y análisis electorales, sería molesto, pero no grave. Sin embargo, el rechazo a aceptar los resultados de las encuestas o las indicaciones que muestra el voto anticipado no son sino un reflejo más de un problema que afecta en Estados Unidos al movimiento conservador: el rechazo a la realidad y la tendencia acusada a escuchar únicamente las opiniones dentro del movimiento.
 
La actual coalición republicana es una viva prueba de ello: es una coalición que cada vez se parece menos a Estados Unidos. Compuesta en su mayor parte de ciudadanos blancos de mediana y provecta edad, se caracteriza por su temor al futuro y su rechazo al crisol de razas en que, año tras año, se está transformando el país. Ya hemos hablado en este blog de la apuesta que desde 1964 el Partido Republicano hizo en captar el voto racista sureño, espantando a los votantes negros que, hasta entonces, habían votado habitualmente a los republicanos. También hemos hablado del hecho evidente de que la política nativista y antiinmigración del Partido Republicano es suicida a largo plazo respecto del sector de votantes de más rápido crecimiento en el país: los hispanos (tampoco les hace ningún bien frente a los asiáticos). Las políticas homófobas no sólo alienan a las pequeñas minorías de homosexuales y lesbianas, sino a los jóvenes, que encuesta tras encuesta reflejan una actitud mucho más positiva hacia el matrimonio gay que la de sus mayores. Aunque a los conservadores les gusta decir que en el terreno del aborto los jóvenes de hoy son más conservadores que sus progenitores, lo cierto es que cuando el Partido Republicano se quita la máscara y revela cuáles son sus posturas en este tema (impedir la interrupción del embarazo incluso en casos de violación o incesto, por ejemplo), pierde escaños incluso en Estados de derechas como Indiana o Missouri (eso es exactamente lo que va a pasar mañana).
 
Pero esto no dejan de ser cuestiones sectoriales; el problema de fondo es mucho más grave, y viene derivado de la fusión entre el movimiento conservador y la ideología libertaria con su postura radicalmente anti-gobierno. El origen de esa fusión nace, como tantas otras cosas en el movimiento conservador, en la fallida campaña a la presidencia de Barry Goldwater de 1964, en la que se curtieron muchos jóvenes que luego alcanzaron fuertes cuotas de poder al apoyar la triunfante campaña de Ronald Reagan en 1980.
 
Lo que se llamó la "coalición conservadora" es una alianza compleja entre miembros de la llamada "derecha religiosa", que abogan por un Gobierno que defienda la moralidad, luche contra el aborto, el matrimonio gay y otras abominaciones de la sociedad moderna, defienda al Estado de Israel (con las armas si es necesario) y otorgue subvenciones y regalías a las iglesias de ideología conservadora (especialmente las evangélicas) y los libertarios, que abogan por un Gobierno lo más limitado posible, reduciendo o directamente destruyendo los programas sociales nacidos del New Deal de Roosevelt o de la Gran Sociedad de Johnson: la Seguridad Social, el Medicare o el Medicaid.
 
Y digo que se trata de una alianza compleja porque la derecha religiosa no está, per se, contra un Gobierno fuerte, siempre y cuando sea un Gobierno que les favorezca a ellos. En líneas generales, los libertarios han fracasado notablemente en sus empeños en dirigir la política republicana: en política interior, Reagan y los Bushes aumentaron el tamaño del Estado; en política exterior, se embarcaron en guerras y programas de espionaje interno radicalmente contrarios a los principios libertarios. Durante los últimos 30 años, la política norteamericana ha sido la que ha marcado la derecha religiosa.
 
Pero los libertarios han jugado un papel muy importante (y pernicioso) a nivel filosófico, con su desconfianza perenne por el Gobierno. Ronald Reagan lo expresó muchas veces durante su presidencia, desde el primer momento hasta el último:
 
"government is not the solution to our problem; government is the problem" (primer discurso inaugural, 1981)
 
"The ten most dangerous words in the English language are "Hi, I'm from the government, and I'm here to help." (julio de 1988).
 
El problema de esta ideología es que el Presidente de Estados Unidos es el jefe del Gobierno, y su función precisamente es administrar ese Gobierno. Si de manera sistemática uno de los dos partidos manifiesta su desconfianza o desprecio hacia ese Gobierno, cuestiona su capacidad para llevar a cabo correctamente sus funciones (que las tiene, aunque los libertarios discuten incluso algunas de las más comunmente aceptadas), y considera que la virtud está exclusivamente en el sector privado y en los "creadores de empleos", mientras que el Gobierno es un mal menor (o mayor), se corre un riesgo importante: que los republicanos acaben siendo malos gestores de lo público, porque resulta muy difícil hacer bien algo en lo que no se cree. Me atrevo a sugerir que el problema de la presidencia de George Bush hijo radicó precisamente en eso: Bush gestionó mal el Gobierno de Estados Unidos porque no creía en el Gobierno, porque los nombramientos que efectuó en demasiadas ocasiones no se basaban en la competencia sino en el reparto de regalías (el desastre del Katrina y la pésima actuación de la Agencia Federal de Emergencias en él es quizá el ejemplo más claro: Bush nombró sistemáticamente a personas que no tenían experiencia en el manejo de desastres naturales, primando el amiguismo sobre la competencia en labores de Gobierno).
 
Ese patrón de comportamiento persiste ahora en la oposición: se ataca constantemente a las agencias federales cuando emiten estimaciones que no son del gusto del Partido Republicano, sin que se valore si dichas estimaciones están apegadas a la realidad o no. Se efectúan afirmaciones totalmente huérfanas de prueba (los "death panels" en el Obamacare son un ejemplo destacado), y se crea una burbuja que no admite réplica alguna en sentido contrario (eso ha sido especialmente apreciable en esta campaña, en la que una constante republicana ha sido reiterar la victoria de Romney en un vano esfuerzo de conseguir que se convirtiera en una "self-fulfilling prophecy").
 
No todo está perdido, por supuesto: quedan voces conservadores (como el gran Sean Trende) e incluso furibundamente conservadoras (como Tim Carney) que abogan por la prudencia y, al menos en lo que respecta a las encuestas, son capaces de reconocer que cuando decenas y decenas de encuestas muestran -de media- ventaja para Obama, lo más probable es que Obama vaya a ganar.
 
Si conseguimos que esa conducta se esparza del arte de ganar elecciones al arte de gobernar, es posible que volvamos a tener presidentes republicanos exitosos. Mientras tanto, resultará muy difícil que gente que no cree en el Gobierno lo administre correctamente.

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