Existen grandes tentaciones a la hora de analizar la figura de Fidel Castro. La primera, sin duda, es someterla a nuestro prisma ideológico personal (si eres de derechas, Castro era malo; si eres de izquierdas, Castro era bueno). La segunda es concentrarse en su retórica (igualitaria, revolucionaria) olvidando su ejecutoria (autoritaria, antidemocrática).
Sus afines y sus adversarios llevan en los últimos días, tras su fallecimiento, lanzándose datos unos contra otros: las elevadas tasas de alfabetización y la reducción de la mortalidad demuestran que el régimen castrista fue un éxito; la pauperización creciente de la sociedad cubana demuestran que el castrismo era malo. La desgracia de Internet es que cualquier posición encuentra hoy argumentos en su apoyo, y cada vez resulta más difícil alcanzar un consenso.
A riesgo de simplificar, sin embargo, creo que podemos evaluar al régimen castrista respondiéndonos a nosotros mismos dos simples preguntas:
1) Si el régimen cubano desde 1959 es tan estupendo como afirman sus partidarios, ¿por qué motivo más de 1,5 millones de cubanos han abandonado desde esa fecha la isla en dirección primordialmente a Estados Unidos, pero también a España o a otros países? Y no cabe afirmar que todos los exilios se han producido por razones políticas (¿eran refugiados políticos los cubanos de la crisis de los balseros de 1994?)
Miremos al espejo de la historia con sinceridad: la gente no abandona a oleadas un país que va bien. Sea por motivos de represión política (los judíos alemanes y austriacos en 1933 o 1938, los republicanos españoles en 1939, los húngaros después de 1956, los checos después de 1968), sea por motivos de miseria económica (la emigración española en los 60, la emigración europea en general hacia Estados Unidos en el Siglo XIX, la emigración africana hacia Europa en los últimos años), la gente huye de los malos países, de las dictaduras, o de los lugares en los que reina la miseria.
Los países exitosos reciben inmigrantes (Estados Unidos, Canadá, Alemania); los Estados fallidos tienen saldos migratorios negativos. Y en ese segundo grupo destaca Cuba (el 188º país de 221 en lo que respecta al saldo migratorio). Los cubanos no ven mucho futuro en su país y por eso emigran. Ése es el gran fracaso de los 57 años que llevamos de castrismo.
Frente a esto, podemos invocar el embargo americano (pero entonces no podemos dejar de hablar de las ayudas soviéticas entre 1959 y 1991, y de las ayudas venezolanas desde 1999). Lo cierto es que los cubanos emigran. Y no vuelven. Por algo será.
2) Segunda pregunta: si el régimen cubano desde 1959 es tan estupendo como afirman sus partidarios, ¿por qué motivo las autoridades castristas no tienen el valor de convocar elecciones libres o al menos un referéndum libre sobre la continuidad o no del régimen? ¿Qué excusa plausible puede darse después de 57 años de gobierno autoritario? Si el régimen considera que goza del apoyo del pueblo, no debería temer el resultado de una votación. Y si lo teme, es porque, en el fondo, en caso de un resultado negativo para sus intereses, tendrían que hacer lo que proponía Brecht burlonamente tras la sublevación de 1953 en Alemania Oriental: "el pueblo ya no merece la confianza de nuestro Partido. ¿No sería más sencillo para el Gobierno disolver al pueblo y elegir otro?".
En 1988 otro dictador latinoamericano también afirmaba que el pueblo estaba de su lado, pero estaba tan convencido de ello que decidió someter la cuestión de su continuidad a una votación libre (con todos los matices que se quieran; el que quiera saber más acerca de la cuestión que vea la estupenda película chilena "No"). Y perdió. Se llamaba Augusto Pinochet.
Si un tipo tan inmoral y corrupto como Augusto Pinochet fue capaz de montar un plebiscito sobre su continuidad y perderlo, aceptando (aunque fuera a regañadientes) la transición hacia un régimen democrático, uno no alcanza a entender cómo es posible que Cuba no tenga la decencia de someter la continuidad de su régimen al mismo mecanismo. Por algo será.
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