David Brown es el biógrafo de Tchaikovsky por antonomasia. Autor de una monumental biografía en cuatro tomos y 600.000 palabras, escrita entre 1974 y 1990 (dirigida especialmente a musicólogos y músicos amateur), quince años después volvió al objeto de sus amores, beneficiándose (moderadamente) de la apertura de los archivos soviéticos a raíz de la glasnost para preparar una biografía-resumen (todavía bastante ambiciosa: el libro abarca 480 páginas de letra más bien pequeña) del máximo compositor ruso, dirigida, ahora sí, al público en general y al aficionado a la música clásica más casual (o sea, a mí mismo).
La estructura del libro es curiosa: se trata de una biografía más o menos al uso, expuesta cronológicamente, pero que se ve interrumpida por análisis bastante concienzudos de las principales obras del autor, a medida que fueron creadas (el primer análisis en profundidad le corresponde a la Primera Sinfonía, y el último a la Sexta, la Patética).
Brown hace algo todavía más curioso: utiliza un sistema de puntuación para las obras similar al de las Guías Michelín (otorgando de dos a cinco estrellas a las mismas en función de su calidad -según el autor, claro, aunque realmente Brown no incurre en ninguna gran herejía-).
Dejando a un lado estas simpáticas peculiaridades, el libro de Brown es una biografía anglosajona canónica: bien redactada, rica en detalles, en una palabra: magnífica. El compositor es revelado en todos sus aspectos, los simpáticos (que son muchos) y los menos agradables (que también los hay).
Especial interés reviste el análisis de Brown de la homosexualidad de Tchaikovsky (aunque Brown, con un pudor muy inglés, deja al lector que alcance sus propias conclusiones sobre el tema, éstas no pueden ser más que unívocas: Tchaikovsky era homosexual, y sólo los esfuerzos de su hermano Modest, que también lo era, por ocultar este hecho, censurando incluso las cartas que mostraban la inclinación de su hermano en la biografía que sobre éste redactó a principios de siglo, ha permitido sembrar la duda en este aspecto. Una vez examinadas las cartas en su integridad y sin la censura soviética de por medio, no puede haber más dudas).
Las extrañas circunstancias de la muerte de Tchaikovsky no son resueltas con certidumbre por parte de Brown, pero parece evidente que la versión novelesca del suicidio inducido por un "tribunal de honor" que se difundió en 1979 desde la entonces URSS, según la cual Tchaikovsky había sido forzado a suicidarse por sus excompañeros de la Academia de Jurisprudencia para evitar que sus relaciones -homosexuales- con un miembro de la aristocracia fueran sacadas a la luz pública, ha sido completamente triturada por las investigaciones de Alexander Poznansky, el cual, por lo demás, aboga claramente por la tesis de la muerte natural en la excelente biografía resumida que cualquier lector interesado puede consultar en la web "Tchaikovsky Research" (absolutamente excepcional y recomendable).
Pero en cualquier caso lo que importa es la música, y en el análisis de la misma, Brown, profesor de Musicología, se revela insuperable: obras tan oídas como "Romeo y Julieta" o la Sexta Sinfonía son prácticamente redescubiertas a raíz de las brillantes observaciones de Brown, cuyo contagioso amor por la música del compositor ruso se revela en cada página. Las óperas y los ballets son analizados con especial cuidado, demostrando la excepcional calidad de la música de Tchaikovsky una y otra vez.
Al final, la sucesión de obras maestras analizadas deja al lector literalmente sin aliento, con ganas de escuchar las piezas que todavía no conoce y de escuchar con oídos nuevos las obras que sí conoce. Tchaikovsky acaba revelado como un auténtico titán de su época, posiblemente el compositor más importante de su generación junto a Brahms (y quizá por encima de éste a la vista de la capacidad del ruso de descollar en más géneros que el alemán).
El desafecto crítico que la obra de Tchaikovsky ha sufrido a lo largo del siglo XX (desafecto que Poznansky, por ejemplo, atribuye al estigma de la condición homosexual del compositor) ha acabado dejando paso, a medida que los tiempos se han vuelto más tolerantes, a una reevaluación profunda de la obra de Tchaikovsky, un compositor con una ética del trabajo muy pronunciada, y con una proporción de obras maestras realmente sorprendente (cuatro sinfonías como mínimo, dos conciertos, seis o siete obras orquestales adicionales, dos óperas, los tres ballets esenciales del repertorio clásico, una docena de canciones magníficas, y unas cuantas obras de cámara de gran nivel).
El público ya había percibido mucho antes el genio del compositor ruso, como lo prueba el hecho de que sus obras sólo se encuentran por debajo de las de Mozart o Beethoven en cuanto a número de interpretaciones en las temporadas de las distintas orquestas. Pero libros como el de Brown son necesarios para situar a Tchaikovsky como lo que fue: el máximo compositor de la segunda mitad del siglo XIX, del Romanticismo pleno.
La estructura del libro es curiosa: se trata de una biografía más o menos al uso, expuesta cronológicamente, pero que se ve interrumpida por análisis bastante concienzudos de las principales obras del autor, a medida que fueron creadas (el primer análisis en profundidad le corresponde a la Primera Sinfonía, y el último a la Sexta, la Patética).
Brown hace algo todavía más curioso: utiliza un sistema de puntuación para las obras similar al de las Guías Michelín (otorgando de dos a cinco estrellas a las mismas en función de su calidad -según el autor, claro, aunque realmente Brown no incurre en ninguna gran herejía-).
Dejando a un lado estas simpáticas peculiaridades, el libro de Brown es una biografía anglosajona canónica: bien redactada, rica en detalles, en una palabra: magnífica. El compositor es revelado en todos sus aspectos, los simpáticos (que son muchos) y los menos agradables (que también los hay).
Especial interés reviste el análisis de Brown de la homosexualidad de Tchaikovsky (aunque Brown, con un pudor muy inglés, deja al lector que alcance sus propias conclusiones sobre el tema, éstas no pueden ser más que unívocas: Tchaikovsky era homosexual, y sólo los esfuerzos de su hermano Modest, que también lo era, por ocultar este hecho, censurando incluso las cartas que mostraban la inclinación de su hermano en la biografía que sobre éste redactó a principios de siglo, ha permitido sembrar la duda en este aspecto. Una vez examinadas las cartas en su integridad y sin la censura soviética de por medio, no puede haber más dudas).
Las extrañas circunstancias de la muerte de Tchaikovsky no son resueltas con certidumbre por parte de Brown, pero parece evidente que la versión novelesca del suicidio inducido por un "tribunal de honor" que se difundió en 1979 desde la entonces URSS, según la cual Tchaikovsky había sido forzado a suicidarse por sus excompañeros de la Academia de Jurisprudencia para evitar que sus relaciones -homosexuales- con un miembro de la aristocracia fueran sacadas a la luz pública, ha sido completamente triturada por las investigaciones de Alexander Poznansky, el cual, por lo demás, aboga claramente por la tesis de la muerte natural en la excelente biografía resumida que cualquier lector interesado puede consultar en la web "Tchaikovsky Research" (absolutamente excepcional y recomendable).
Pero en cualquier caso lo que importa es la música, y en el análisis de la misma, Brown, profesor de Musicología, se revela insuperable: obras tan oídas como "Romeo y Julieta" o la Sexta Sinfonía son prácticamente redescubiertas a raíz de las brillantes observaciones de Brown, cuyo contagioso amor por la música del compositor ruso se revela en cada página. Las óperas y los ballets son analizados con especial cuidado, demostrando la excepcional calidad de la música de Tchaikovsky una y otra vez.
Al final, la sucesión de obras maestras analizadas deja al lector literalmente sin aliento, con ganas de escuchar las piezas que todavía no conoce y de escuchar con oídos nuevos las obras que sí conoce. Tchaikovsky acaba revelado como un auténtico titán de su época, posiblemente el compositor más importante de su generación junto a Brahms (y quizá por encima de éste a la vista de la capacidad del ruso de descollar en más géneros que el alemán).
El desafecto crítico que la obra de Tchaikovsky ha sufrido a lo largo del siglo XX (desafecto que Poznansky, por ejemplo, atribuye al estigma de la condición homosexual del compositor) ha acabado dejando paso, a medida que los tiempos se han vuelto más tolerantes, a una reevaluación profunda de la obra de Tchaikovsky, un compositor con una ética del trabajo muy pronunciada, y con una proporción de obras maestras realmente sorprendente (cuatro sinfonías como mínimo, dos conciertos, seis o siete obras orquestales adicionales, dos óperas, los tres ballets esenciales del repertorio clásico, una docena de canciones magníficas, y unas cuantas obras de cámara de gran nivel).
El público ya había percibido mucho antes el genio del compositor ruso, como lo prueba el hecho de que sus obras sólo se encuentran por debajo de las de Mozart o Beethoven en cuanto a número de interpretaciones en las temporadas de las distintas orquestas. Pero libros como el de Brown son necesarios para situar a Tchaikovsky como lo que fue: el máximo compositor de la segunda mitad del siglo XIX, del Romanticismo pleno.
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