Hay pocas cosas más deliciosamente gratificantes que encontrarse con una sorpresa literaria. Hay mucho que leer y muy poco tiempo disponible, así que los aficionados a la lectura suelen (solemos) intentar ir sobre seguro con sus compras.
Yo, por ejemplo, hace tiempo que decidí que mis lecturas de ficción iban a estar circunscritas, en un alto porcentaje, a la novela clásica del siglo XIX (que casi nunca me falla) y al género negro. De hecho, las obras contemporáneas me han decepcionado en tantas ocasiones (incluso entre los más famosos libros del siglo XX, hay pocos que me hayan emocionado realmente) que sólo leo aquellos títulos muy-muy recomendados por crítica o amigos. Sin embargo, muy de vez en cuando, uno acude a la librería con la intención de dejarse seducir por una portada atractiva, un título sugerente o la opinión de un buen librero (normalmente esos intentos acaban en desastre, con el libro colgado en la página 100).
Algo así me ocurrió estas Navidades. Un amigo me regaló 2666 de Roberto Bolaño, pero ya lo había leído (un ejemplo de libro actual de culto que dejé a mitad de camino). Como no iba a desperdiciar el obsequio, me planté armado con el ticket regalo ante la mesa de novedades de La Casa del Libro, dispuesto a coger algo que me llamase la atención. Había varias cosas interesantes, desde un volumen con todos los relatos del Padre Brown a Los demonios. Sin embargo, la casualidad hizo que me fijase en un grueso ejemplar naranja de Libros del Asteroide con un título que no me gustaba nada Ángulo de Reposo (de Wallace Stegner, premio Pulitzer en 1972).
En la contraportada leí que la novela está basada "en la vida de Mary Hallock Foote, una de las primeras artistas del Oeste americano" y que retrata "el esfuerzo que tuvieron que hacer las gentes del Viejo Mundo para enfrentarse a una nueva realidad geográfica, histórica y humana". Me acordé de este blog y pensé que, por aburrido que fuera el libro, al menos me daría una idea para un post.
Hace unos días lo terminé y me ha dado muchísimo más... También ha hecho que recuerde por qué admiro tanto a EEUU: porque fue creado por gente como Susan Burling y Oliver Ward (tendréis que leer el libro si queréis saber quiénes son).
Stegner, el hijo de unos escandinavos que nació en Iowa en 1909, dibuja el retrato de un país, de una sociedad y de unos soñadores que nunca volverán. Nunca más una sociedad moderna, como ya eran Europa y la costa este en 1850, se lanzará a la aventura de conquistar lo desconocido. Ya no hay lo desconocido (al menos en este planeta). Pero siempre nos quedará la historia de unos tipos apoyados en su ética, en su amor por la familia y en la palabra de los amigos; unas mujeres e hijos obligados a perder sus comodidades bostonianas o neoyorquinas a cambio de un sueño que no se sabía si existía; un código legal con un único artículo, sellado en un apretón de manos; unos miserables que no eran capaces de mirar a los ojos a sus vecinos porque temían que en el fondo de su mirada se descubrirían sus mentiras; una Costa Este que no tenía claro si debía sentir miedo o curiosidad hacia lo que se abría ante ella; un horizonte infinito en el que cabían las vidas de todos los desheredados del mundo.
Según su ficha, Wallace Stegner murió en 1993. Más o menos por las mismas fechas debería haber fallecido Lyman Ward, el alter ego del autor, que nos conduce, a través de las cartas de su abuela Susan hacia las minas de California, las haciendas mejicanas y las praderas de Idaho. Cada vez van quedando menos como Wallace-Lyman. Dentro de poco, no habrá ninguno, no sólo que viviera aquello, sino que ni siquiera haya oído a su abuelo contárselo en una tarde de verano. Nos quedarán sólo los libros como Ángulo de reposo... y la ilusión de que nosotros también conocimos a Oliver Ward y que él nos explicó un día por qué decidió que merecía la pena vivir cinco años en una cabaña, arriesgar el amor de su mujer y poner en peligro la vida de sus hijos sólo para construir un pedacito de un país que ya no recuerda bien cómo y por qué llegó a ser como es.
Posdata: después de acabar el libro pensé que no tenía ni idea de si Stegner era demócrata o republicano (su novela no te da ninguna pista, ninguno de esos clásicos clichés que lo sitúan en uno u otro lado de la línea). No lo he buscado en internet. Me da igual.