Pablo Pardo publica un interesante artículo en El Mundo sobre el coste de organizar unas Olimpiadas.
A pesar del triunfalismo de nuestros políticos, resulta que montar un evento deportivo de estas características es más bien ruinoso. Sólo el posible lanzamiento de una ciudad o un país como destino turístico e inversor podría justificar semejante derroche (Seul 88, Barcelona 92, Pekín 08 o, ahora, Río 2012)... y aún así, habría que pensárselo mucho.
Los españoles podemos recordar que la peor recesión de los últimos 40 años tuvo lugar en 1993, y es evidente que los fastos del 92 (descontrol de gasto público, inversiones improductivas,…) tuvieron mucho que ver con ello. Sin embargo, en la última década, nuestro país ha sido sede de europeos de baloncesto, mundiales de atletismo y natación, la Copa América de vela, tres grandes premios de motociclismo al año, dos de Fórmula 1, tres torneos oficiales de la ATP, innumerables pruebas del circuito europeo de Golf,… Ninguno de nuestros vecinos europeos puede presentar (ni siquiera aproximarse) una panoplia de eventos de esta calidad y cantidad.
Y todos han tenido la entusiasta adhesión de las ciudades donde se han celebrado. Según las encuestas, Madrid era la ciudad con más apoyo popular de las cuatro candidatas a los Juegos de 2016 (un ¡93%!, superior en siete puntos al de Río).
¿Cómo explicar estas cifras? ¿Cómo no asombrarse de que el único tema en el que todas las administraciones y partidos españoles se han mostrado completamente de acuerdo haya sido la candidatura madrileña?
Mi tesis es que esto también tiene mucho que ver con las características de nuestra política y con la falta de información recibida por el ciudadano. La estructura de los partidos en España hace casi imposible que algún concejal díscolo haga o publique preguntas indiscretas sobre el coste del capricho del alcalde de turno. La oposición normalmente está incluida en el Comité Organizador, con lo que tampoco tiene mayores incentivos para protestar demasiado. Y la prensa, semiamordazada con publicidad sobre el evento y atraída por el indudable atractivo que tiene cubrir una competición en casa, tendrá difícil encontrar argumentos en contra.
Así, aunque las competiciones se financian con cargo a nuestros impuestos, nadie nos explica su coste o su uso tras la finalización del campeonato. Además, las administraciones se reparten las cargas, para así diluir también la pista de quién (nosotros, claro) y cómo (¿con impuestos sobre la basura?) se pagan estos eventos.
Por eso, mientras Chicago ha tenido que enfrentarse a un muy saludable diálogo sobre la conveniencia de celebrar o no unas Olimpiadas, en España el pensamiento único ha arrasado el debate y es difícil recordar una voz discordante (a mí no me viene a la memoria ni un solo artículo crítico con Madrid 2016). A esto se le llama "apoyo popular", "una ciudad volcada" o "la extraordinaria capacidad de participación de los madrileños".
Siento mostrarme escéptico con el entusiasmo de mis conciudadanos. Pero, por poner un ejemplo: la Caja Mágica que Gallardón ha construido para las pruebas de tenis y que ha sido estrenada en el Máster Series de este año ha costado 170 millones de euros; toca a unos 40 euros por vecino, unos 160 por hogar. ¿Estaría un padre madrileño tan feliz si alguien le explicara que la foto de su alcalde con Nadal y Federer le ha costado a su familia casi 30.000 pelas (sin derecho a entrada, claro, el gratis total es sólo para políticos e invitados)? ¿Cómo explicar que teniendo un torneo con una instalación ya construida se haga otra de estas dimensiones para utilizarla una semana al año? ¿Qué uso han dado los sevillanos al espectacular Estadio de la Cartuja en los últimos 10 años?
Hola everyone! Resulta que la corazonada tenía una cara B, lo que pasa es que no nos han dejado escucharla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario