Alguna comentarista manifiesta su temor al hecho de que el Partido Demócrata controle simultáneamente la Presidencia del país, el Congreso y el Senado. Yo no comparto esos temores, por un sencillo motivo: porque los congresistas y los senadores norteamericanos, al contrario que los nuestros, son verdaderamente independientes.
En efecto, la disciplina de partido es un concepto inexistente en Estados Unidos. Incluso una amplia mayoría demócrata en el Senado y en el Congreso incluirá un número muy destacado de demócratas moderados, centristas e incluso conservadores (especialmente sureños y del Oeste) que simplemente obligará al Partido Demócrata a gobernar desde el centro.
Y eso es aplicable, aunque en menor medida porque hoy va a perder a la mayoría de sus elementos moderados, al Partido Republicano.
Pongo un solo ejemplo de la independencia de los políticos norteamericanos: la primera votación del famoso plan de rescate financiero era apoyada por Bush, por McCain, por Obama y por los líderes demócratas y republicanos del Congreso. Por todos, en suma. Pues bien, la votación se perdió porque dos terceras partes de los republicanos votaron contra sus líderes y una tercera parte de los demócratas hizo otro tanto. Y por supuesto, a nadie se le pasó ni remotamente por la cabeza ponerles "una multa", como de manera un tanto ridícula se hace en España cuando algún pobre diputado infeliz tiene la osadía de quebrantar la disciplina de partido.
En Estados Unidos, si el Partido considera que un congresista o senador se está apartando de la ortodoxia, busca a otro candidato que le desafíe en unas primarias. Es una jugada que a veces sale bien, pero muchas otras mal (Arlen Specter, el Senador republicano moderado de Pennsylvania, fue desafiado en el 2004 por un republicano más conservador que él, pero consiguió ganar las primarias republicanas pese a ello). Y es que los políticos norteamericanos se deben a sus votantes, no a su Partido. Es una mejora democrática muy sustancial respecto a lo que podemos ver, por ejemplo, en nuestro país.
En efecto, la disciplina de partido es un concepto inexistente en Estados Unidos. Incluso una amplia mayoría demócrata en el Senado y en el Congreso incluirá un número muy destacado de demócratas moderados, centristas e incluso conservadores (especialmente sureños y del Oeste) que simplemente obligará al Partido Demócrata a gobernar desde el centro.
Y eso es aplicable, aunque en menor medida porque hoy va a perder a la mayoría de sus elementos moderados, al Partido Republicano.
Pongo un solo ejemplo de la independencia de los políticos norteamericanos: la primera votación del famoso plan de rescate financiero era apoyada por Bush, por McCain, por Obama y por los líderes demócratas y republicanos del Congreso. Por todos, en suma. Pues bien, la votación se perdió porque dos terceras partes de los republicanos votaron contra sus líderes y una tercera parte de los demócratas hizo otro tanto. Y por supuesto, a nadie se le pasó ni remotamente por la cabeza ponerles "una multa", como de manera un tanto ridícula se hace en España cuando algún pobre diputado infeliz tiene la osadía de quebrantar la disciplina de partido.
En Estados Unidos, si el Partido considera que un congresista o senador se está apartando de la ortodoxia, busca a otro candidato que le desafíe en unas primarias. Es una jugada que a veces sale bien, pero muchas otras mal (Arlen Specter, el Senador republicano moderado de Pennsylvania, fue desafiado en el 2004 por un republicano más conservador que él, pero consiguió ganar las primarias republicanas pese a ello). Y es que los políticos norteamericanos se deben a sus votantes, no a su Partido. Es una mejora democrática muy sustancial respecto a lo que podemos ver, por ejemplo, en nuestro país.
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